Cientos de capitalinos acudieron a Paseo de la Reforma para disfrutar el carnaval de las calaveras
ANA E. ROSETE
“Qué injusta, qué maldita, qué cabrona es la muerte que no nos mata a nosotros sino a los que amamos”, se leía en uno de los carteles qué sostenía la madre de uno de los desaparecidos en México.
La muerte es una gran celebración en este país de homicidios y feminicidios; celebran lo que ya no fue en lugar de aprovechar lo que es.
Risas, algarabía, aplausos, gritos acompañan el andar de los contingentes; desfilan felices sin tener presente que teniendo segura la muerte más no la vida.
Calaveras vestidas de charros, escaramuzas, norteñas, trajes típicos mexicanos y alguna qué otra despistada, qué llevaba ropa vouyerista caminaban por Paseo de la Reforma, el punto de salida, la Victoria Alada, mejor conocida como el Ángel de la Independencia.
A diferencia de las marchas, no hay vigilancia, no hay granaderos, ni hay policía, los que desfilan no suponen un problema para el gobierno; los capitalinos hacen y deshacen, pisan las flores de cempasúchil, tiran basura en la calle, orinan en los árboles, nada importa más que divertirse.
Quienes no pudieron desfilar en la pasarela oficial lo hacen al costado, con orgullo, sin importar que no alcanzaron un lugar para hacerlo con los demás.
La música no para, canciones de Juan Gabriel, de Luis Miguel y de José José se escuchan y los asistentes las corean.
Celebran la muerte, esa que no saben cómo les ha de llegar para apagar su vida.
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