La izquierda española, esa que durante muchos años era tomada como un ejemplo para los grupos políticos latinoamericanos que se asumían como progresistas, ha decidido que la forma de conservar el poder es copiar los modelos populistas que ahora infectan nuestro continente.
Es un hecho, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) fue durante décadas un ejemplo de cómo, desde una visión de izquierda, se podían conciliar las políticas progresistas con una economía de mercado deseosa de acoplarse a la unidad con las economías más desarrolladas del continente europeo.
El reto español era mayúsculo porque es un país que apenas logró sacudirse de la dictadura con la muerte de Francisco Franco en noviembre de 1975.
Con muchas dificultades y hasta un intento de golpe de Estado, España logró consolidarse como una democracia y con Adolfo Suárez, de la Unión de Centro Democrático, y posteriormente otros presidentes como Felipe González del propio PSOE, lograron darle a España un lugar democrático y de crecimiento socioeconómico que los llevó al primer mundo europeo.
El ejemplo español era, por supuesto, en sus políticas no en su sistema de gobierno pues aquella es una monarquía constitucional y acá, caso de México, vivimos bajo un régimen presidencial. Pero un partido socialista que no se peleaba con las leyes y la economía de mercado, era un ejemplo para esos grupos latinoamericanos llamados de izquierda.
Pero hoy todo cambió. La ambición del presidente en funciones Pedro Sánchez Pérez-Castejón ha llevado al PSOE a mentir, a generar división social, a etiquetar como enemigos del país a los opositores políticos mientras que a los verdaderos criminales sentenciados les preparara una ley de amnistía. Todo con el único fin de conseguir los votos que necesita para que esta semana sea investido como Presidente del gobierno español.
El costo es perdonar por decreto a aquellos que violaron la Constitución española para conseguir sus sueños personalísimos de separar a Cataluña de España y con ello abrir la puerta para que los partidos separatistas intenten de nuevo romper al país.
El premio es que los partidos independentistas catalanes le aporten los votos que le hacen falta a Pedro Sánchez para quedarse en un cargo por la vía de esa negociación, cargo que perdió en votación directa en contra del candidato del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo.
La negociación es una virtud de las democracias, un gobierno de coalición es un monumento al diálogo y a la gobernabilidad, pero negociar la ley para aferrarse al poder, a través de conseguir el perdón a los golpistas a cambio de una decena de votos, es lo que hoy hace ver desde afuera cómo se devalúa la democracia española.
Y de paso, desde el PSOE apuntan a sus opositores como los responsables de una crisis social en ciernes, con discursos de “nosotros no somos iguales” y una larga lista de recursos propagandísticos que sin duda copian de los populismos latinoamericanos.
Esta semana Pedro Sánchez tendrá su investidura y los rupturistas catalanes tendrán la impunidad que necesitan para volverlo a intentar. Y España habrá perdido mucho más que el lugar de ser un ejemplo de cómo un gobierno progresista sí lo podía hacer bien.
@campossuarez