Los vientos de Otis sirvieron para desenterrar la división que priva en nuestra sociedad; era palpable, se sentía, pero ahora se ve en su justa dimensión.
La asistencia, ayuda, solidaridad, como le quiera llamar, que se vio en otros desastres naturales en cualquier parte del país, ha caído a cuentagotas en Guerrero.
En la Ciudad de México, no se vieron, ni se ven, las filas de ciudadanos dispuestos a donar lo poco o mucho que su bolsillo les permitiera, como sí se vio, por ejemplo, en los sismos del 2017 o en los desastres provocados por otros huracanes.
Los centros de acopio no son, ni remotamente, los que fueron en otras causas.
Ni las empresas, salvo excepciones muy notables como las de Grupo Salinas, Femsa y por ahí una que otra, han puesto en marcha estrategias de ayuda con cargo a sus utilidades.
Hace unos años, usted lo recordará, cuando se requirió de la solidaridad ciudadana había que hacer filas para dejar en los centros de acopio los víveres o ropa que se iban a donar.
Lo vimos en los centros de acopio que se establecieron en la UNAM, en la Cruz Roja de Polanco, incluso en las propias tiendas de autoservicio.
Hoy la sociedad ha reaccionado diferente porque recibió diferentes estímulos.
Buena parte de la sociedad se ha guardado sus muestras de solidaridad ante la sospecha o temor de que sus donaciones no lleguen a los damnificados y que sean utilizadas como bandera partidista.
Hay una enorme desconfianza sobre el destino de las donaciones.
A esa desconfianza se sumó el desatinado intento del gobierno encabezado por el presidente López Obrador de tratar de monopolizar, por conducto del Ejército, la entrega de la ayuda donada por la sociedad civil.
Aunque el gobierno reculó a las horas, esa señal se quedó en el inconsciente colectivo.
Agregue además los diarios discursos que alientan la división entre clases sociales lanzados desde Palacio Nacional, la ineficacia absoluta de los gobiernos de Guerrero y Acapulco, lo que ha creado entre la sociedad la conciencia de una solidaridad selectiva.
Como bien señaló el dueño de Grupo Salinas, Ricardo Salinas, no son el gobierno ni el presidente López Obrador los damnificados, sino los habitantes de la zona afectada.
Habitantes afectados no solo por Otis, sino por el discurso cotidiano de división que hoy se nota, como nunca, en los centros de acopio.
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Ayer salió un contingente de ciudadanos afectados por Otis en una caravana que terminará en el Zócalo capitalino.
La intención es pedir a los diputados que destinen en el presupuesto aprobado para el 2024 una partida especial para la reconstrucción de Acapulco y municipios aledaños.
Quién sabe si la caminata logre su objetivo, porque los diputados de Morena y sus rémoras ya aprobaron el presupuesto y ni modo que ahora tengan que pedir permiso para removerle un poquito.
Como sea, es la primera marcha de damnificados por un fenómeno natural que marchan de su lugar de origen a la capital del país para pedir que se les tome en cuenta en el reparto del dinero.
Eso dice mucho de cómo estamos.
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Entre todo el desastre hay que hacer un reconocimiento a los trabajadores de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) quienes, efectivamente, han trabajado día y noche para restablecer el servicio en la zona afectada.
Todavía les falta, pero el avance es notorio.
Sin energía eléctrica, no se podría comenzar ninguna labor de reconstrucción.
@adriantrejo