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Regalo de bienvenida ¿Será?/ Amenaza naranja

Silencio, demasiado silencio es el que impera en el Puerto de Acapulco a 120 horas de que el huracán Otis lo golpeara con sus vientos de hasta 300 kilómetros por hora.

Y es un silencio que pesa, denso, abrumador, que acongoja, y no es gratuito pues a dónde quiera que uno dirija la vista, los daños son evidentes, a ras de suelo, desde la parada de camiones doblada y cubierta de fango hasta las alturas a las que se yerguen las moles de los hoteles de lujo del malecón, todo está dañado.

Algunos han comparado la destrucción y desolación provocada por el meteoro con una zona de guerra, y aunque el símil es cercano en lo dramático, no captura la sutil diferencia: en Acapulco los daños son el resultado de la poderosa indiferencia de la naturaleza ante las obras del ser humano.

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Pero no tanta indiferencia. La categoría 5 -según la ciencia, la más fuerte en la escala- que alcanzó el fenómeno natural a su paso por uno de los puerto más pujantes del país en materia turística, es resultado del calentamiento global, provocado por la humanidad.

Y la fuerza con la que golpeó el meteoro aún se percibe hasta en el semblante asustado de algunos de los acapulqueños que caminan desorientados por las calles de la costera Miguel Alemán, la zona que concentra el turismo de la ciudad.

Al temor también se suma el impacto de ver sus negocios, casas, trabajos, calles y avenidas serradas, cubiertas de lodo, polvo y con agua, mucha agua que se encharca negra, espesa y con un tufo salabre cuando uno la revuelve.

Aún no hay palabras para describir con suficiencia el nivel de tragedia que ocurrió en Acapulco; algunos comentan que se puedo evitar, que se le advirtió al Gobierno federal en turno, tal vez, pero lo que dicen los expertos es que no hay modelo matemático para advertir con tiempo sobre la evolución de un huracán que se acercaba a tierras mexicanas con vientos de hasta 150 kilómetros por hora (km/h) y que en cuestión de horas paso a los 300 km/h.

Fue como si, durante 2 horas -el lapso de mayor intensidad del meteoro- la Costera recibiera el impacto constante de autos deportivos que circulan a esa velocidad, complicado responder al “instante” pero no imposible.

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Y aunque las críticas son válidas, quienes las expresan insisten en que el presidente antecesor, Enrique Peña Nieto ya hubiera llevado toda la ayuda posible, olvidan que todas las tragedia son únicas en si mismas, como si se pudiera comparar entre dolores, el provocado por Otis con el de Katrina

De ahí el silencio pesado, el de la sorpresa mezclada con incertidumbre al ver los altísimos edificios de la Costera “pelados” en sus fachadas, anuncios espectaculares de amplias dimensiones sobre las calles, postes de cemento partidos a la mitad, toneladas de escombros, lodo y suciedad acumulados en las calles, el silencio que suele guardarse en ciertas ceremonias religiosas ahora se presenta en Acapulco, la afectación y el impacto de estar en ante lo desconocido -o el Altísimo, según se prefiera-, se percibe en las calles acapulqueñas, el temor ante lo desconocido e imponente.

De suyo bulliciosa, con la música saliendo de cada disco, antro, bar, ahora la avenida más turística del puerto parece un pueblo fantasma, pese a que hay movimiento de personal, este parece realizarse “en silencio”, no hay pitazos pese a los embotellamientos, sin gritos, el tránsito es controlado por elementos de la Guardia Nacional, y los turistas recorren las calles a pie, se les nota urgidos por salir de Acapulco, cualquier ánimo que pudiera encenderse se apaga ante el crudo recordatorio de la destrucción de edificios.

Pese a esto, varios establecimientos de conveniencia fueron vaciados, en algunos se llevaron hasta las jarras del café, y no se diga de supermercados cuya situación no le pide nada a cualquier película que presente un escenario apocalíptico.

La tragedia está por todos lados

Establecimientos arruinados, árboles arrancados desde la raíz, postes de energía eléctrica tirados, cables rotos, vidrios destrozados, falta de alimentos pero mucho más importante, agua potable, en un sitio cuyas temperaturas sobrepasan los 30 grados con una humedad que lo hace aún más insoportable el agua, los líquidos en general son muchos más preciados, incluso, de las motocicletas que fueron saqueadas de un local a unos metros del Aeropuerto Internacional de Acapulco, lejos del malecón pero en la zona conocida como Diamante pero que, ahora apenas y se distingue de las partes pauperizadas del municipio, dónde también Otis causó estragos.

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Y, por si no fuera suficiente, ayer fue la quinta noche de Acapulco en las sombras.

Al caer la noche, el puerto se vuelve un sitio fantasmal y amenazante en las partes, muchas, en las que no hay luz eléctrica. Casi toda la ciudad.

Pese a esto, la actividad no se detiene, pues se ve caminar, iluminando su camino, unos centímetros, a cientos de acapulqueños que cargan sobre su humanidad bolsas y más bolsas con víveres, los cuales se apresuran a llevar a sus hogares, pese a la penumbra que cubre la ciudad.

Y entre tanta tristeza, un detalle curioso pero esperanzador. Conforme uno se aleja de la zona turística y enfila a Chilpancingo, en las casas de muchos ciudadanos arden, sencillas pero cálidas veladoras de sus altares de Día de Muertos, su luz, inconfundible, muestra que pese a Otis, Acapulco sigue de pie.

LEO

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