La reconfiguración silenciosa: la fuerza política de Higinio Martínez y el renacimiento de las coaliciones en el Estado de México
En el corazón del Estado de México, donde las lealtades políticas suelen ser tan cambiantes como el ritmo acelerado de su vida urbana, una figura veterana ha comenzado a ocupar nuevamente el escenario público con una presencia que no necesita estridencias para hacerse notar. Higinio Martínez Miranda, médico, político y estratega, ha vuelto a recorrer los municipios mexiquenses con una naturalidad que revela algo más profundo que una simple gira pública: está activando las estructuras que él mismo ha tejido por décadas, esas redes humanas que representan su mayor capital político.
Sus apariciones recientes, no buscan el espectáculo; buscan la reafirmación de un proyecto. Allí donde se presenta, su llegada genera un efecto inmediato: la movilización de operadores regionales, el reencuentro de viejos aliados y la incorporación de nuevos liderazgos locales que ven en él a un referente de estabilidad dentro de un panorama político que atraviesa un evidente proceso de reacomodo.
A diferencia de otros actores que apuestan por el protagonismo efímero, Martínez Miranda trabaja desde la estructura, ese terreno subterráneo donde se define la verdadera fuerza política. Su influencia no depende de encuestas coyunturales ni de narrativas momentáneas; depende de la capacidad de convocar, de articular y de mantener cohesionado un movimiento que, para muchos, se ha convertido en una de las columnas más sólidas del proyecto político que domina actualmente el país.
Hablar de Higinio Martínez es hablar de un estilo político que se ha construido con los años, a pie de tierra, entre comunidades diversas que, pese a sus diferencias, comparten una constante: lo reconocen como un actor capaz de dar dirección. Texcoco, su bastión histórico, no es solo un territorio que lo respalda; es el ejemplo más visible de lo que él considera una premisa esencial: la política se sostiene en la confianza comunitaria.
Durante las últimas semanas, su presencia en diferentes municipios ha sido interpretada por analistas como un reacomodo natural de las fuerzas internas de Morena. Sin embargo, para las bases, estos recorridos tienen otro significado: anuncian que las estructuras vuelven a moverse y que, dentro de ellas, la figura de Higinio funge como eje articulador.
Si algo ha demostrado con el paso del tiempo es que posee una habilidad singular para tender puentes incluso entre liderazgos que antes parecían irreconciliables. Su apuesta, insiste, no es la fragmentación sino el entendimiento. Y en un Estado de México donde la pluralidad es un rompecabezas político permanente, esa habilidad es un recurso invaluable.
La política mexiquense ha dejado claro que ningún proyecto sobrevive aislado. Los municipios del estado, con sus realidades tan contrastantes, exigen soluciones que solo pueden construirse desde una lógica de cooperación. Es por ello que, en sus discursos públicos, Martínez Miranda insiste en la relevancia de las coaliciones como mecanismo para sostener la gobernabilidad, garantizar la pluralidad y evitar la parálisis institucional.
Sus argumentos no se concentran en la teoría, sino en ejemplos palpables: municipios que, gracias a acuerdos amplios, lograron avances en seguridad, movilidad y desarrollo social; administraciones donde la suma de fuerzas permitió acelerar decisiones que, sin colaboración, habrían quedado atrapadas en el laberinto burocrático. En todos esos casos, subraya, las coaliciones no significaron renuncia ideológica, sino madurez política.
Desde esa perspectiva, su mensaje adquiere una relevancia particular en tiempos donde las confrontaciones suelen ocupar más espacio que las soluciones. Para él, la política debe recuperar su sentido original: ser un puente entre visiones distintas, no un campo de batalla permanente. Y bajo ese planteamiento, su defensa de las coaliciones no es solo táctica; es un llamado a la responsabilidad pública.
Los encuentros recientes con liderazgos municipales y con estructuras territoriales han provocado un efecto innegable: se ha vuelto a hablar de la “escuela política de Texcoco”, una referencia que apunta directamente a Martínez Miranda. No porque se pretenda regresar a un modelo rígido, sino porque su enfoque, basado en organización, constancia y trabajo comunitario, se ha convertido en un contrapeso frente a la improvisación que a menudo caracteriza a nuevos actores.
Para muchos dentro de Morena, su figura representa equilibrio. Para otros, representa experiencia. Y para un sector amplio de liderazgos jóvenes, se ha transformado incluso en una guía: un referente que demuestra que la política no tiene por qué ser espectáculo, sino construcción.
Esa percepción explica la presencia multitudinaria que ha acompañado algunas de sus más recientes actividades públicas. Personas provenientes de distintos municipios, con trayectorias diversas, coinciden en algo: donde aparece Higinio, se reorganiza el espacio político. Su presencia no solo suma; ordena.
Aunque Martínez Miranda mantiene un tono prudente al hablar del futuro, las señales que se observan en el territorio mexiquense apuntan a que su reactivación pública coincide con una etapa decisiva para el estado. Vienen tiempos de definiciones, de reacomodos naturales después de procesos internos intensos y de la necesidad de mantener cohesionada una estructura que, por su tamaño, demanda liderazgo, claridad y dirección.
Su fuerza no radica únicamente en la capacidad de movilización, sino en algo menos medible y más determinante: su capacidad para generar acuerdos que trascienden coyunturas. Esa habilidad es, quizá, su mayor aportación al momento político que vive el Estado de México.
En un escenario donde el ruido electoral empieza a incrementarse, su mensaje permanece firme: las coaliciones no deben entenderse como alianzas momentáneas, sino como plataformas para construir estabilidad. Y, en ese sentido, su presencia constante en el territorio es un recordatorio de que el estado más poblado del país requiere de liderazgos que no teman al diálogo, a la negociación ni al consenso.
Mientras algunos actores políticos se aferran a la confrontación como mecanismo de posicionamiento, Higinio Martínez Miranda recorre el territorio con una estrategia distinta: la de la presencia directa, la del contacto con las bases y la de la reconstrucción paciente de estructuras. Su influencia no proviene del ruido mediático, sino de la profundidad de sus alianzas y del reconocimiento que ha ganado tras años de trabajo constante.
Sus apariciones recientes en el Estado de México no solo marcan un retorno visible, sino también un mensaje: la política, para ser eficaz, necesita sumar. Y en esa ruta, las coaliciones que él defiende no son signo de debilidad, sino de visión. Allí, en ese esfuerzo por unir fuerzas, radica la esencia del momento político que se vive.
Lo que está en marcha no es un movimiento improvisado, sino la reactivación de una estructura que conoce el territorio, que entiende sus complejidades y que sabe moverse con precisión. Esa estructura, encabezada moralmente por él, volverá a ser un actor determinante en las decisiones que vienen.
Y en cada reunión y cada acercamiento, se repite una realidad difícil de ignorar: Higinio Martínez sigue siendo uno de los referentes más influyentes del Estado de México, y su voz, prudente, firme y estratégica, continúa marcando el pulso de la política mexiquense.
