Maite Perroni volvió a desnudar la crueldad con la que se vigila el cuerpo femenino en la industria y en las redes. Tras días de ataques por su peso, la actriz publicó un video que superó los 50 millones de vistas, donde afirmó con claridad que pesa 72 kilos y que llegó a pesar 94 después de su embarazo.
Lo dijo sin dramatismos, solo con el cansancio de quien ha visto cómo su cuerpo es convertido en munición pública.
Su mensaje no buscó conmiseración; sino frenar una dinámica que lleva años normalizada: la disección del cuerpo ajeno como deporte nacional.
La reacción inmediata de colegas como Christopher Uckermann, Sebastián Rulli, Alejandro Speitzer, Consuelo Duval, Marimar y Zuria Vega y hasta Tania Rincón evidenció que el gremio entendió el golpe. No fue un simple “la apoyamos”; fueron posicionamientos tajantes reclamando respeto y denunciando la violencia digital que se disfraza de opinión. Incluso Andrés Tovar, su esposo, escribió un mensaje que se volvió referencia: “Mi esposa preciosa sin filtros. Te amo y admiro cada día más”.
Lo relevante no es el número que ella dijo en cámara, sino la obligación de decirlo para frenar rumores amplificados por cuentas anónimas y medios que replicaron el ataque como si fuera noticia.
El patrón se repite: cuando Karyme Lozano estaba con Cristián de la Fuente, también fue blanco de burlas sobre su cuerpo, y aquella presión mediática nunca se nombró como violencia estética, aunque lo era.
Las actrices cargan con una expectativa absurda: mantenerse idénticas, inalterables, inmunes al paso del tiempo, la maternidad o la vida real. Y si no cumplen, se convierten en tendencia.
El problema es estructural: cualquier foto se vuelve un argumento, cualquier ángulo una sentencia.
La narrativa que exige cuerpos perfectos es la misma que después acusa de “susceptibles” a quienes responden. No es susceptibilidad: es hartazgo. Y los medios contribuyen cuando priorizan clics sobre responsabilidad, replicando comentarios de desconocidos como si fueran análisis válidos. Apoyar a Maite no es blindar a una celebridad; es exigir que la cobertura deje de normalizar la violencia disfrazada de preocupación.
Perroni dio una lección incómoda: habló de límites, de maternidad, de trabajo, del derecho a habitar un cuerpo cambiante sin pedir permiso. Recordó que la violencia estética no es inevitable, es tolerada. Quienes la atacan se escudan en la libertad de expresión; quienes la apoyan entendieron que la discusión ya no va de kilos, sino de respeto. La industria puede seguir alimentando la maquinaria del juicio o detenerla. Maite ya hizo su parte. Y no piensa retroceder.
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