Por momentos, tu yo civilizado te dice que no hay nada que celebrar. Que no es lo ideal que los norteamericanos manden un portaviones todavía más grande que el anterior a Venezuela, sin la menor atención a las normas y los consensos internacionales. Que lo de las lanchas torpedeadas es demasiado: no tenemos pruebas contundentes que transporten drogas.
Que el mundo debería encontrar maneras pacíficas de sacar del poder a los criminales bolivarianos, con, tal vez, un papel activo de la ONU en el proceso. Que las formas importan. Que la democracia exige el respeto a ciertos procedimientos. Que es peligroso que un país se tome esas atribuciones.
Y es entonces cuando aparece tu yo no civilizado, pero paradójicamente más sensato, más aterrizado, y te recuerda que la civilización, esa civilización de acuerdos y leyes, imperfecta como era, se terminó, o casi. Que el mundo ha sido incapaz de sacar a esa camarilla de narcos, que efectivamente encabezan un cártel y, sobre todo, que se robaron la última elección para luego desatar una represión terrible contra los muchos venezolanos que salieron a defender sus libertades, niños incluidos.
Que si se han perpetuado en el poder es en buena medida porque varios de los países de la ONU, naciones autocráticas y llenas de dinero, los han protegido, por activa o por pasiva, descaradamente y sin consecuencias.
Que Venezuela, además, gracias a Hugo Chávez, está colonizada por Cuba, país que sabe reprimir con eficacia incomparable y exportar ese expertise, y que si con Cuba no fuera suficiente, ha tenido la complicidad de gobiernos de la región (el nuestro, para empezar, desde el sexenio pasado y hasta ahora), intelectuales descerebrados, algún que otro empresario sin escrúpulos y tontos útiles de la política de todo el mundo pagados o bien con viajes y selfies, por lo que respecta a los más tontos de los tontos útiles, o con sobornos colosales, si hablamos de los más listos de los tontos útiles, caso de varios ejemplares del progresismo español.
Y entonces dices: “Al carajo. Gracias, Trump. Gracias, Marco Rubio”. Y te concedes un whisky de buena calidad y un puro (no cubano: tienen sobreprecio y no hay que financiar a la tiranía), y te instalas en el sillón a disfrutar, aunque sea brevemente y a la distancia, de la llegada del portaviones, es decir, del espectáculo de esos gorilas, esos criminales, esos represores, esos mafiosos, pasando, por una vez, un mal rato.
Ya sabrán: carpe diem, mientras el mundo se termina de hundir.
@juliopatan09
