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Mi forma de gobernar es propia y las decisiones que tomo también.

Claudia Sheinbaum Pardo.

 

Quizás López Obrador sea consciente, aunque nunca lo vaya a aceptar, del daño que sus irresponsables decisiones han hecho al país en diferentes —y trascendentes— rubros. Seguramente esto no lo acongoja pues piensa que lo positivo y lo fundamental se logró, por más que el costo haya sido altísimo: las grandes transformaciones no pueden llevarse a cabo sin daños colaterales.

El designar como sucesora a Claudia Sheinbaum —como hacían los priistas comunes en el siglo pasado: mediante el dedazo (aunque éste quisiera disfrazarse de proceso democrático)—, estaba respaldado por un análisis, no solo en términos ideológicos y políticos sino también respecto de las capacidades que su entonces candidata había demostrado a su paso por la vida pública y académica.

Lo fundamental ya existía y tenía que ver, en primer lugar, con la lealtad y afinidad de Sheinbaum con el liderazgo e ideales del tabasqueño; en segundo por la coincidencia en su visión de país en cuanto a poner en primer lugar a los pobres y marginados —quienes fueron ignorados por las políticas económicas de las últimas décadas.

Por otro lado, contaba con que la doctora era una mujer inteligente, estructurada y, a diferencia de él, con claro entendimiento de lo que es una política pública. De ahí su seguridad de que la segunda etapa respecto a lo construido por él —un nuevo régimen político—, no podía ser liderada por nadie más que por ella, una persona responsable, disciplinada, con la capacidad para aterrizar lo dogmático a lo técnico —y a lo global.

En su reciente —y surrealista— libro, Diario de una transición histórica (2025), la Presidenta expresa reiteradamente su reconocimiento, cariño y admiración por el líder de la pretenciosamente llamada Cuarta Transformación, dejando claro que, contrario a lo que algunos piensan, no hay subordinación hacia él, sino sólidas coincidencias en lo esencial. Orígenes, contextos políticos, familiares y de formación profesional muestran diferencias que, no solo no parecen incompatibles, sino que, aunque por distintos caminos, convergen hacia un mismo fin con el que ambos comulgan.

Claudia Sheinbaum empieza ya su segundo año al frente del Estado mexicano y es claro que gobierna de forma más responsable y racional que su antecesor, sin embargo, son evidentes las similitudes en su pensamiento político y en materia democrática. Ambos han buscado una mayor concentración de poder, menor rendición de cuentas, la eliminación de contrapesos y lo mínimo necesario en transparencia; supuestamente para tener mayor libertad para implementar sus políticas y acciones de gobierno: su proyecto de transformación.

AMLO conocía sus limitaciones (aunque de manera infantil e irresponsable no actuara en consecuencia). Si algo marcará el futuro de México, será la diferencia entre las capacidades, raciocinio, profesionalismo y, sobre todo, el nivel de autocontención —y de autocrítica— que muestre la Presidenta en relación con su antecesor. Su popularidad hoy es muestra de la confianza que la población tiene de que al final, sí se cumpla esa presuntuosa transición histórica que exalta —a pesar de tan perniciosa herencia. Al tiempo.

 

     @isilop

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