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El auge de la inteligencia artificial (IA) en EU ha desatado una ola de entusiasmo económico marcada por altas expectativas de innovación y una confianza –quizá prematura– en sus beneficios reales. De acuerdo con un reporte de Bank of America, sólo en el segundo trimestre de 2025, las inversiones en infraestructura destinada a la IA contribuyeron con 1.3% del PIB.

En ese contexto, México se ha convertido en una pieza clave del ecosistema tecnológico norteamericano; pues los servidores que alimentan la expansión de la IA comienzan a surgir de plantas mexicanas que hoy viven una expansión semejante al que, hace dos décadas, impulsó la industria automotriz. Sin embargo, detrás del entusiasmo se esconde una fragilidad. Expertos advierten que buena parte de la euforia que sostiene al mercado bursátil estadounidense –y por extensión al mexicano– descansa más en expectativas de productividad futura que en resultados reales.

Los gigantes tecnológicos han invertido más de medio billón de dólares en proyectos de IA desde 2024, con ingresos aún marginales. Sin embargo, el estudio de Model Evaluation & Threat Research ha revelado que, incluso en tareas donde la IA presume dominio, los trabajadores asistidos por ella fueron 20% menos productivos.

Es decir, la promesa de eficiencia no se ha materializado. Lo que sostiene el auge actual es la expectativa de que el futuro compensará las pérdidas del presente. Pero si ese futuro no llega, el riesgo es alto. Ello, toda vez que una caída abrupta en las valuaciones de empresas como Nvidia o Microsoft podría provocar ventas forzadas, incumplimientos y un efecto dominó en otros mercados de activos.

Para México, ese escenario es más que una hipótesis. La dependencia estructural de su sector exportador respecto de la economía estadounidense significa que cualquier ajuste en la inversión digital del norte se traduciría en un golpe directo a su balanza comercial.

Sin duda, en el corto plazo, el país goza de una gran oportunidad: un nearshoring digital que multiplica la demanda de manufacturas avanzadas, infraestructura energética y talento técnico. Pero el largo plazo exige prudencia estratégica. Si la revolución de la IA se consolida, México podría ocupar un lugar privilegiado en las cadenas de valor del conocimiento; si se desinfla, deberá absorber el impacto de una contracción importada.

Como todo boom tecnológico, este combina oportunidad y vulnerabilidad. México hoy se beneficia del impulso exportador que genera la demanda estadounidense, pero también depende de un ciclo que podría revertirse con rapidez. El desafío es aprovechar el crecimiento sin quedar sujeto a su volatilidad. Y aunque el riesgo de una burbuja es real, vale la pena mantener la apuesta. Continuar produciendo, innovando y consolidando presencia, porque el costo de quedarse fuera sería mayor que el de enfrentar la incertidumbre.

 

Consultor y profesor universitario
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