Lo recuerdo enhiesto, erguido, con los ojos inyectados en sangre. Un Nicolás Maduro jugando a la determinación. Él contra el mundo. Y en ese estado de tanta excitación, arengando a sus huestes, le recordaba al presidente Donaldo Trump que fuera a buscarle, que no se tardara en llegar, que le estaba esperando en el Palacio de Miraflores. En el fondo, era la clásica bravata de un dictador que solamente sabe hacer daño a su ciudadanía: la venezolana.
Pero de repente, el discurso cambió. Ya no le amenazaba, ni le espetaba. De pronto vimos a un Nicolás Maduro vulnerable, dócil, lábil, voluble. Y eso ocurrió en el momento en que Trump mandó destruir las narcolanchas en pleno Caribe, porque amenazaban la salud de los ciudadanos estadounidenses con el fentanilo. Fue ahí cuando por primera vez se dio cuenta de que, tal vez, su régimen tirano estaba cerca del fin.
Hoy nos encontramos con un Nicolás Maduro, al menos más calmado, a la espera de los acontecimientos. Ahora busca desesperadamente a los organismos supranacionales como la ONU o la Organización de Estados Americanos, la OEA, a los que tanto despreció. Tal vez esté preocupado por cómo termine. Hay ejemplos recientes, como Sadam Husein que terminó en la horca. O Muamar el Gadafi apedreado por su pueblo. Veremos en qué acaba todo este serial.
@pelaez_alberto
