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Yo soy el destapador y mi corcholata favorita va a ser la del pueblo.

AMLO

De acuerdo con el censo económico 2019 (Inegi), el país contaba con 574,141 tiendas de abarrotes, ultramarinos y misceláneas al por menor. Uno de los productos más vendidos en estos establecimientos era el refresco. También en 2019 —con datos de la Universidad de Yale—, México ocupaba el primer lugar en consumo de estas bebidas a nivel mundial con un promedio de 163 litros por persona al año.

Estudios del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP) y la Universidad de Tufts llegaron a la conclusión de que el 19% de muertes por diabetes, eventos cerebrovasculares y cánceres relacionados con obesidad fueron atribuibles al consumo de bebidas azucaradas.

En 2023, el entonces presidente López Obrador, decidió utilizar el término corcholata, para referirse a los precandidatos de Morena que competirían por la presidencia en 2024. Si bien era por todos conocido que la buena, la que ya estaba decidida por él, era Claudia Sheinbaum, quiso hacer pensar a la opinión pública que lo que estaba haciendo era dar banderazo de salida a un proceso de selección democrático.

Regresando a la literalidad del término, son millones de corcholatas las que se destapan cada año y distinto el destino que cada una tiene tras escucharse ese sonido característico del destape que todos conocemos. Algunas terminan en centros de reciclaje para usos diversos —como los artísticos y decorativos, o simplemente para procesarse como hojalata—, otras quedan oxidándose dentro de las rejillas refresqueras y algunas más aplanadas e inmovilizadas para siempre en las banquetas o el arroyo vehicular.

Hablando nuevamente en política obradorista solo eran seis las tapas de metal. Dos de éstas, lograron evolucionar hacia polietileno de alta densidad (taparroscas). La primera, la elegida por el dueño de la tiendita, ocupa el principal cargo político del país; la otra, espera seguir en uso para poder ser —por fin—destapada en 2030 y no quedar solo como elemento ornamental del régimen.

Las cuatro restantes, con distintos destinos, corcholatas se quedaron. Una de ellas, pareciera que podría ir a dar dentro —o detrás— de la rejilla; otra, bastante oxidada ya, sigue queriendo ser la corcholata de todos los cascos, pero, de tanto uso, simplemente ya no aprieta. Una tercera, después de tanta agitación, probablemente quedará empalmada en el empedrado de alguna calle de un pueblo mágico —o del medio oriente. La última, seguramente continuará yendo de botella en botella buscando siempre ser parte de la gaseosa más rica.

Lo que ha sucedido en la mayoría de los casos, es que las bebidas que surgieron del destape de Obrador resultaron muy dañinas para la salud política —y de la vida pública—, tanto del partido en el poder, como del país. A estas son a las que les debieran aplicar los nuevos impuestos —la Ley.

“La Morenita,” la miscelánea más popular del barrio, va perdiendo prestigio ante tanto escándalo, y posiblemente, ante su inmensurable ambición —y deseos de concentrar el poder—, termine perdiendo clientes y convirtiéndose en tienda de conveniencia neoliberal, aunque su dueño permanezca idealizando lo que pudo haber sido y anhelando lo que no será: la miscelánea del progreso y bienestar del pueblo.

 

    @isilop

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