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La Feria del Alfeñique 2025: dulces raíces que persisten en Toluca

En el mes de octubre, la capital del Estado de México se tiñe de azúcar, color y memoria. No existe mejor escenario que los arcos de sus portales donde, cada año, se alza una fiesta que endulza la muerte y celebra la vida: la Feria y Festival Cultural del Alfeñique. Este 2025, en su edición número 56, esta tradición abrirá sus puertas desde el 1 de octubre hasta el 4 de noviembre.

La agenda que incluye más de 450 actividades culturales distribuidas en distintos puntos de la ciudad, buscando potenciar tanto el espectáculo como la transmisión de sabiduría artesanal. En esta edición, se anuncia una renovación estética de los puestos de venta en los Portales, con el objetivo de fortalecer la identidad visual del evento, así como una descentralización que llevará actividades hasta mercados y delegaciones.

Esta fiesta hunde sus raíces en siglos pasados. El arte del alfeñique, ese dulce moldeable con azúcar, agua, clara de huevo y a menudo con aditivos como gelatina o limón, se asienta dentro de un cruce cultural: herencia de técnicas árabes transmitidas por los españoles, fusionadas y resignificadas en el contexto mestizo mexicano.

El registro más antiguo documentado en Toluca señala que, en 1630, un artesano llamado Francisco de la Rosa solicitó un permiso para elaborar alfeñique en su taller, ubicado en la calle Real (hoy avenida Independencia). En siglos posteriores, la tradición se fue extendiendo desde conventos y talleres coloniales hasta las calles del centro histórico. En el siglo XIX, aparece ya documentada la receta en obras de cocina mexicana; y es durante el siglo XX cuando el municipio de Toluca comienza a formar un marco institucional para regular y promover su fabricación, así como su venta.

Sin embargo, no siempre fue fácil mantener viva la tradición: factores como el abastecimiento de azúcar, las condiciones climáticas, que influye directamente en la candidez del alfeñique, y la competencia comercial redujeron su visibilidad durante varias décadas. En la década de 1960, autoridades y académicos iniciaron esfuerzos por rescatar la técnica: en 1969 se organizó el Primer Concurso de Alfeñique, que fomentó la participación y reconocimiento público de los alfeñiqueros. A partir de la década de 1980, la feria adquirió estructura formal. Aunque los artesanos ya se reunían en los Portales, fue hasta 2008 que el evento se denominó oficialmente “Feria del Alfeñique”.

La Feria del Alfeñique, más allá de su función comercial, representa un espacio simbólico: una ofrenda colectiva que integra usos, costumbres y tradiciones. En sus puestos se exhiben figuras de calaveras, ataúdes, animales, frutas y escenas de procesiones; también otros dulces regionales como camotes, frutas cristalizadas, turrones y dulces de pepita. En el acompañamiento cultural hay desde talleres para moldear alfeñique, concursos de altares, música, danza, teatro, exposiciones y hasta desfiles de catrinas que revitalizan el centro de la ciudad con color, luz y simbolismo.

La puesta en valor de los artesanos también es parte del compromiso local: en 2025 los “maestros alfeñiqueros” serán centro de atención del festival, con reconocimiento y espacio central en la feria. Asimismo, se gestionan los trámites para que el alfeñique de Toluca obtenga sea declarado Patrimonio Cultural del Estado de México.

Durante más de cinco décadas, los portales de la Ciudad de Toluca han sido espacio principal para que el alfeñique vibre en cada puesto y vitrina. En ellos, se cruzan rostros de gente local y visitantes, quienes compran dulces para las ofrendas, comparten recuerdos y se dejan envolver por el aroma de la azúcar cocida y las historias que trae consigo.

La Feria del Alfeñique es, así, un pacto de continuidad: de generación en generación, los artesanos enseñan su oficio, los ciudadanos renuevan el vínculo con sus muertos y las instituciones culturales organizan las celebraciones. En 2025, Toluca invita al público nacional e internacional a disfrutar esta fiesta de sabor, sentido y memoria: mientras el centro histórico se llena de luces y papeles recortados, las figuras dulces alinean su desfile silente entre los altares, recordándonos que, en México, la muerte se transmuta en una tradición viviente.

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