Por Jorge Gómez Naredo
Alejandro Moreno es todo lo que la gente detesta de un político: altanero, mentiroso, engreído, poco ético, agresivo y corrupto. Es un personaje que se ha transformado en caricatura, pues todo lo que dice o afirma es mentira o una tergiversación de la información.
Su vida ha estado marcada por la corrupción. En cada cargo que ha ocupado ha dejado tras de sí un tufo a trampas, robos, estafas y engaños. No hay que olvidar que existen investigaciones judiciales que lo señalan por desfalcos millonarios cuando fue gobernador de Campeche.
Hoy, a pesar de todo ese historial, Alejandro Moreno -también conocido como Alito- se ha convertido en una especie de líder moral de la oposición.
Hace unos días anunció que había “denunciado” ante el FBI y la DEA (dos agencias estadounidenses) los supuestos vínculos de Morena con el crimen organizado. ¿De verdad un personaje con tan escasa calidad ética se atreve a denunciar ante un gobierno extranjero a un partido político? ¿Qué autoridad moral tiene para hacerlo?
Sin embargo, en la oposición se le ve como un dirigente que “pone el dedo en la llaga” y que no descansa en su afán por derrocar a Morena y al gobierno encabezado por Claudia Sheinbaum.
Que Alito sea considerado una especie de líder moral de la oposición sólo demuestra la crisis que atraviesa la propia oposición: carece de liderazgos mínimamente éticos, no tiene propuestas ni proyecto de nación, y lo único que ha hecho es repetir la cantaleta de que Morena tiene vínculos con el crimen organizado.
Que los opositores presenten a Alito como un gran liderazgo, e incluso lo ensalcen como un personaje con supuesta calidad ética, es una broma de mal gusto.
Sin duda, Alejandro Moreno encarna todo lo que está mal en un político, pero los de oposición lo colocan como guía moral. Es inconcebible que lo hagan, aunque al final es su decisión. Prefieren seguir perdiendo elecciones y evidenciando que su nivel de putrefacción es tan amplio como irreversible.
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