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Sin perdón no hay futuro

Desmond Tutu

 

Perdonar no es hacer como que no pasó nada. El perdón, entendido con rigor empírico, no es olvido ni excusa, es la reducción deliberada de la hostilidad y el resentimiento, a la par del crecimiento de la benevolencia hacia el agravio o el agresor. Se trata de un proceso interno que puede darse sin contacto con la otra parte.

La reconciliación, en cambio, es un arreglo relacional que exige condiciones verificables: diálogo, compromiso de no repetición, reparación y restauración de la confianza. Parafraseando a Hannah Arendt, pertenece a la gramática de la interacción y sus componentes lingüístico-afectivos, que son acuerdos y garantías no siempre establecidas. Confundirla con el perdón es receta para reabrir la herida.

El perdón es el proceso íntimo, personalísimo, que nos aligera el corazón y el alma, al liberarnos de la carga de resentimientos que reactivan el dolor a la menor provocación y en el momento menos pensado. El perdón no requiere ni la presencia ni la acción del otro.

Regla simple: primero la seguridad. Si hubo daño repetido y no hay verdad, ni garantía de no repetición ni de reparación, el “no” es una forma legítima de autocuidado. Cuando esos peldaños aparecen y se sostienen, se puede considerar el restablecimiento de la relación; si no, perdonar sin reconciliar es una salida respetuosa. Hay un momento en las relaciones, cuando hay perdones pendientes que siguen acumulándose, en que se llega a un punto de inflexión: o tú o yo. Siempre elija yo.

Experiencias y programas formativos impulsados desde universidades en España y Chile han observado que trabajar el perdón, sobre todo en su dimensión emocional, disminuye malestar, ansiedad y rumiación. Estos efectos no obligan a convivir con quien dañó, ni cancelan la responsabilidad de quien ofendió. La distinción importa porque protege a la persona de presiones morales para “demostrar” bondad con un retorno prematuro a la relación, cualquiera que sea su tipo.

Si el perdón se usa como llave para regresar sin garantías, opera como reforzador del ciclo de la violencia, y justamente eso es lo que pretende un agresor consuetudinario o, en el mejor de los casos, frecuente, con frases como: “me estás destruyendo” y “empecemos de cero”.

Para hablar con propiedad necesitamos herramientas que midan lo que decimos. En España se validó recientemente una escala específica de perdón interpersonal, con buenas propiedades psicométricas, que distingue dimensiones cognitivas, afectivas y conductuales, además de separar el perdón de la reconciliación, señalando que esta última es negociación y confianza mutua, no virtud moral. Este tipo de instrumentos permite evaluar avances sin presionar retornos.

¿Sirve trabajar el perdón con un psicoterapeuta o un acompañante psicoespiritual? No es imprescindible, pero le allana mucho el camino. Si está en posibilidad inténtelo, pero vaya sin la confusión: no va a recibir consejos sobre cómo reestablecer la relación; eso, como hemos venido señalando, es otra cosa; se hace con la anuencia, la asistencia y la colaboración de la otra persona; usted va a ser apoyado y guiado en un proceso interno que, le aseguro, le reportará grandes beneficios psicológicos y físicos.

Si tiende a guardar rencores y rumiar resentimientos, es decir, a sentir hostilidad hacia otros y planear venganzas, o a revivir constantemente el dolor de sus heridas, un profesional le podrá ayudar a conocer las causas y trascenderlas, para romper con su problema cíclico. Si, por cierto, está en el lado opuesto, en el de las personas que perdonan fácilmente y vuelven a ser heridas por ello una y otra vez, podrá descubrir las causas. Una de ellas puede ser, por ejemplo, que eso le evita poner límites por miedo al abandono.

Resumiendo: el perdón es una práctica íntima de alivio y saneamiento emocional, que nos devuelve el dominio sobre nosotros mismos; la reconciliación es un contrato que solo se firma cuando la otra parte prueba, con hechos y tiempo, que es segura la relación.

 

     @F_DeLasFuentes

delasfuentesopina@gmail.com

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