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Hay una parte del corazón del Doctor Patán que lamenta la compra de los aviones nuevos de Mexicana, una chulada de Embraers –porque no hay duda de que tendrán, mínimo, un nivel Tren Maya– 20 en total, de los que hace un par de días se anunció la llegada del primero entre mariachis y flores, como es común en un pueblo festivo y musical como el nuestro, y que, sin embargo, de ahí el lamento de su Doctor, harán desaparecer la muy atractiva naturaleza castrense de la línea aérea del pueblo.

Llámenme romántico, pero me parece que tiene su encanto subirte a un avión militar tuneado como los que ahorita tiene Mexicana y –hablo con la imaginación, porque, lo reconozco, no he logrado viajar todavía con la paraestatal– no sé: que te lleve el Boing de guayaba a tu asiento un sargento pleno de gallardía, o descubrir que en el baño sobrevivió a la tuneada un ganchito para colgar el fusil Xiuhcoatl, orgullo de la tecnología mexicana, o admirar la soldadura que le hicieron a la trampilla para soltar las bombas, eso en el caso de que no hayan recubierto el piso del 737 con una alfombra decorada con guerreros águila y/o serpientes emplumadas.

Sin embargo, como dejé ver líneas atrás, entiendo también que la 4T tiene que terminar de evolucionar hacia su destino grandioso, y que la vida es cambio, y que todo es fugitivo y bien está que así sea. Entiendo, pues, que hay que ganar más de los 300 millones de pesos que gana hoy la aerolínea del Bienestar, y dejar de subsidiarla con mil 800 millones pero de dólares, si queremos volverla competitiva y que conquiste a algo más de ese 0.4% del pasaje que le da su preferencia.

Y entiendo que para ganar esa lana hay que cumplir con el sueño de fusionar la justicia social con la eficacia empresarial, recorrer los caminos del aire que se le han negado a los humildes, al pueblo bueno, y cubrir de una vez la ruta Anenecuilco-Badiraguato, o propiciar que los vecinos de esa belleza que es Metepec visiten a sus familiares en la arbolada Huejutla, sin escalas, o unir Zacatepec, orgullo cañero, con, digamos, Macuspana, o incluso con Tepetitán, o, por qué no, con La Chingada.

Queda, por supuesto, el consuelo de que el espíritu cuartelario seguirá vivo y ampliándose en nuestra patria (visiten sino el Aeropuerto “Benito Juárez”, con las revisiones de maletas tipo años 80 y los controles extra de seguridad en algunas salas). Pero, así y todo, algo del México profundo, algo de recalcitrantemente tropical, desaparecerá de nuestras vidas, ¡ay!, sin remedio.

 

   @juliopatan09

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