Ultimo Messaggio

¿Será?/ ¿Aplicarán la ley? Solo éxitos

Hay que trabajar ocho horas

y dormir ocho horas,

pero no las mismas

Woody Allen

 

Vivimos en un tiempo que idolatra la productividad. Levantarse temprano, contestar mensajes de inmediato, aprovechar cada minuto para aprender algo nuevo o cumplir una tarea pendiente. En este contexto, dormir se ha vuelto sospechoso, si no es que reprobable. Dormir mucho, dormir bien, incluso dormir a tiempo, parece un lujo o una irresponsabilidad.

Por si no bastan las explicaciones acerca del dormir como una forma de nutrición de la energía, el cuerpo y el alma, una necesidad vital sin cuya satisfacción primero enloqueceríamos y después pereceríamos, el personalísimo espacio de autosanación y exploración de nuestros mundos ocultos, dormir es la mejor forma de resistir, porque como ha dicho Banksy, excelente artista británico de la plástica urbana, en un grafiti reproducido en todo el mundo: “Si te cansas, aprende a descansar, no a renunciar”.

El insomnio no es solo un problema fisiológico. Es, muchas veces, una señal cultural. Se duerme mal cuando la mente no encuentra reposo, cuando el cerebro y con él, en consecuencia, todo el cuerpo, siguen en modo de alerta mucho después de que debieran haberse desconectado del estrés. La dificultad para conciliar el sueño o para mantenerlo revela una tensión que no es solo individual: es una consecuencia colectiva de una vida organizada contra el descanso.

No se duerme bien en un entorno que exige estar disponible todo el tiempo. Ni en un sistema que mide el valor de las personas por su rendimiento. Cuando dormir se convierte en un obstáculo para “ser alguien en la vida”, entonces hemos cruzado una frontera peligrosa. Porque sin sueño, literalmente, no hay vida. El cuerpo se rompe, la mente se embota, las emociones pierden cauce.

Desde la filosofía del cuidado, el descanso no es una pausa entre cosas importantes: es parte de lo esencial. Dormir no es dejar de hacer, sino un acto profundo de confianza: en que el mundo seguirá sin uno por unas horas, sin derrumbarse, sin cambiar siquiera. En una época de urgencias y sobresaltos, dormir bien es una afirmación radical de que la existencia no se resume en producir y consumir.

Cabe entonces preguntarse por qué tantas personas reportan insomnio crónico. La psicología podría hablar de ansiedad, de sobrecarga cognitiva, de desajustes hormonales. Pero también cabe una lectura más amplia: la incapacidad de descansar puede ser una forma de protesta inconsciente. El alma no se duerme cuando está cargando con lo que no ha sido dicho, con lo que se ha pospuesto, con lo que se vive sin sentido.

Dormir bien, entonces, requiere algo más que una almohada ergonómica o una aplicación con sonidos de lluvia. Requiere revisar el ritmo de vida, las creencias que lo sostienen, las exigencias que se aceptan sin cuestionar. Requiere también una cultura que reconozca el valor del descanso como derecho y no como premio.

En algunos movimientos sociales, el descanso ha comenzado a reivindicarse como acto político. Descansar es una forma de decirle no, sin luchas estériles, al sistema que exprime incesantemente. Dormir es afirmar: “mi cuerpo no es una máquina”. Es reconocer que no se puede cuidar a otros si no se cuida uno. Y que el sueño es un territorio que merece ser defendido. Dormir es también, sin duda, uno de los mayores placeres, merecido e innato. Déselo.

Quizá por eso conviene cambiar el lenguaje. No se pierde tiempo al dormir, se recupera. Se invierte en sanar, en procesar, en dejar que la vida interior tenga su turno. Porque quien duerme bien, piensa mejor, siente más claro, decide con mayor libertad.

Así que la próxima vez que el insomnio lo torture, en vez de pelear con él, escúchelo. ¿Qué ritmo se ha vuelto insoportable? ¿Qué silencio no se está permitiendo? ¿En qué excesos se está incurriendo? Dormir en clave reivindicación no es una forma de evadirse del mundo, sino de volver a él, cada día, con dignidad.

 

     @F_DeLasFuentes

delasfuentesopina@gmail.com

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