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A riesgo de caer en la presunción, las más de las veces no se trata de preguntar si alguien conoce a Jordi Soler (La Portuguesa, Veracruz, 1963), sino en cuál de sus facetas. Pudiera ser por aquella en la que fue director de la estación de radio ROCK 101, o quizá por haber escrito numerosos ensayos, novelas, poemarios y relatos.

Acaso, y no menos importante, por haber sido agregado cultural de la Embajada de México en Berlín y devenir como Caballero de la irlandesa orden del Finnegans o por sus lúcidas columnas en los diarios Milenio y El País.

En últimas instancias, tal vez, porque su conocimiento musical, extendido hacia (casi) cualquier arista posible, podría ser caso de estudio de aquellas y aquellos que aspiran a dedicarse al periodismo musical. En un rincón luminoso de esta cara del escritor, se halla la razón de conocerlo hoy, o de ahora en adelante: Joan Manuel Serrat (Barcelona, 1943). Primero, por la amistad que hay entre este par. Y, en segundo lugar, porque después de esto, quizá sea inconcebible visualizar a Soler sin Serrat.

Y uno se cree…

“Es una pieza multigenérica”, dice Jordi Soler sobre la posible clasificación de este nuevo libro suyo en entrevista con 24 HORAS. “El hilo conductor es la literatura. Es una pieza de literatura”. Un acto de completa devoción por Serrat, sí, pero sobre todo por la inverosimilitud y la amistad.

“Pasajes míos con él en otro sitio. Como el niño que admiraba mucho a un cantante. Esta es la clave: es una situación inverosímil que de pronto es verdad y, quizá, ese es el primer impulso para escribir este libro. ¡Es tan inverosímil que tengo que hacer un libro para que se me crea lo que estoy contando!”, cuenta el también autor de Restos humanos sobre el momento clave, quizá fundacional, de este libro.

“También está la parte de la estructura de la canción, que podría parecer muy técnica, pero me he esmerado por que no sea así. Precisamente porque, cuando estaba trabajando sobre los versos de la canción, escribía paralelamente lo que hablábamos Serrat y yo: lo que habíamos hecho, dónde nos habíamos visto, si habíamos hablado sobre mis hijos o de sus nietos, ese tipo de cosas.

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“Lo hacía no con la idea de escribir un libro, sino porque tomo notas todo el tiempo, voy anotando cosas porque luego me sirven, me dan ideas para artículos, para ensayos. Quizá pensaba en eso, un ensayo más al uso”, relata.

Recuerda, sin embargo, que en una conversación que tuvo con su amigo, el escritor franco-español Sergi Pamies, este le dijo que debía escribir una novela sobre eso que le estaba pasando, “porque eso no le pasa a nadie, es algo muy especial”, le espetó.

“De manera que me puse a pensar en escribir el libro, luego lo platiqué a mi editora y a mi agente, y al final casi me convencieron de hacerlo. Luego, ya me di cuenta que era un buen proyecto”, confiesa. 

“Cuando decidí escribirlo llamé a Joan para decirle lo que pensaba hacer, y ofrecerle que le enviaba el texto antes que a nadie para ver si se sentía cómodo con él, y me dijo que no quería leer nada y que se lo regalara cuando estuviera listo”, concluyó.

Incertidumbre

Era impensable no preguntar cómo reaccionó Serrat una vez que el libro salió de la imprenta y lo tuvo en sus manos. Consciente de la emoción, la incertidumbre y el suspenso de Soler, Joan le tuvo que jugar una pequeña broma.

Yo por supuesto estaba un poco en suspenso, (pensando): si no le gusta el libro va a ser súper incómodo. El libro le llegó 15 días antes del primer de promoción, que fue en España, una conversación con él, en televisión, que colgó el diario El País.

“Yo llegué al plató un poco antes, ¡todavía sin saber si le había gustado y ya a punto de hablar con él!, y entrando al plató me mira con una sonrisa socarrona y me dice: me gustó mucho el libro”, relata.

Contar a Joan Manuel Serrat

A lo largo de los años, Jordi Soler ha escrito artículos y columnas sobre las anécdotas que ha ido recolectando con el paso del tiempo. Algunos veteranos recordarán cuando viajó a Miami a entrevistar a Mick Jagger en 1998 antes de que The Rolling Stones aterrizaran en México, otros su devoción por Bob Dylan. Y sin embargo, de aquel que decidió escribir un libro, sea cual fuere la razón, fue Joan Manuel Serrat. “El enganche con Serrat es muy literario, es un poeta. Hace, desde cierto punto de vista, lo mismo que yo. Él es un habitante de Barcelona, yo también; mi madre y la familia de mi madre son de ahí. Es decir: hay un recorrido que antes de conocerlo, ya teníamos muchas cosas en común.

“Cosas que no tengo con Mick Jagger, de quien he contado alguna anécdota. Yo creo que se debe a eso. Y luego, hay una cosa un poco presuntuosa en escribir sobre esas cosas, ¿no? Es un poquito decir: yo los conozco y tú no. Es una cosa que no me gusta leer en otros, y consecuentemente tampoco me gusta hacer. Sin embargo, voy contando cosas poco a poco”, confiesa.

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Y uno se cree es, cuenta Soler, un libro que todo el tiempo se cuenta desde la perspectiva del niño, ese niño que admiraba al cantante, aun cuando en el presente pueden llamarse amigos y comen juntos cosas más.

“Siempre hay una perspectiva infantil y de admiración hacia Serrat, que traté de mantener a lo largo del libro, aunque en la realidad no es así. En realidad somos amigos y además es una amistad que ha nacido del gusto por la obra del otro, que es la más honesta de las amistades. Y la amistad es un concepto que supone la igualdad. No puedes admirar demasiado a tus amigos, porque entonces la relación se convierte en otra cosa”, espeta.

Música oblicua

Contó, como un paréntesis en la charla, que en la primera mitad del año que viene, Editorial Debate publicará un libro suyo de ensayos llamado Música oblicua

“Hago diez ensayos, más o menos. Donde extraigo diez perlas filósoficas de diez canciones del rock que no tienen filosofía, pero yo sí que las veo ahí. He encontrado perlas en la mierda. Es un libro de música donde cuento cosas.

“Por ejemplo, hay un capítulo dedicado a un verso de una canción de [Gustavo] Cerati, de Soda Stereo, y ahí cuento parte de mi relación con Gustavo. Ese tipo de cosas. (Pero) no es un libro de anécdotas, es simplemente que, a partir de la reflexión de un verso de una de sus canciones, aterrizo en mi relación con él”, adelanta.

Asomo a la amistad

La forma en que la relación se cuida y se fomenta no es la misma que hace unos años. Ahora el intermediario de esos lazos es un teclado y una pantalla. No es que esté bien o esté mal, es que ha cambiado.

“Lo de la amistad me interesa porque, quizá, es un tema de la forma. Noto que ahora la amistad pasa por la pantalla. No hay necesidad casi de ver al otro porque, de pronto veo a mis hijos como dejan el móvil ahí y se ponen a hacer sus cosas mientras están hablando con otra persona, con un amigo”, cuenta el autor.

“Esta facilidad no la teníamos. Yo cuando era joven, (recuerdo que) había que trabajar el terreno y estar con la persona. De hecho, es lo que más aprecio de mis amigos, estar con ellos. Yo soy malo para los whatsapps y para hablar por teléfono, a mí me gusta estar frente a las personas y creo que así se cultivan las amistades.

“Pero creo que tienes razón —alude a lo planteado—, puede ser una cosa generacional. Y, en ese sentido, también ya me empieza a entusiasmar que quizá otro de los vectores de ese libro es la amistad. La historia de una amistad”, narra.

Prescindir de la pedantería

La perspectiva del niño ayudó a ahuyentar a eso que Jordi Soler llama pedantería, una muy particular en la que él escribe lo que hace y comparte con Serrat y no más. Por ejemplo, dice: “Nunca se me ocurrió ponerle al libro Serrat y yo”.

“Estas anécdotas las experimenté cuando era muy joven, y ahí aprendí a no ser nunca pedante. Me quedó clarísimo. Además tenía una posición muy para volverte loco, y desde entonces me cuidaba de no volverme loco. 

Me quedaba claro que el abismo estaba ahí, a un metro, das un paso en falso y te caes, porque esta cosa mediática es muy tiránica: si no la sabes controlar, te controla a ti.

“Y en ese mismo paquete va la humildad,de cómo cuentas las cosas. Y el punto de vista del niño es el más humilde que hay, y el más natural. Permite decir cosas que desde otra perspectiva hubieran sonado raras”, recuerda”, espeta.

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En el mismo tenor de la no pedantería, para sumar al clamor, hay un sentido profundo de cercanía. Por eso el título, por eso tantas cosas que hay que hallar dentro de este libro. Un respeto que, como decía Soler antes, no se puede sobrepasar. La admiración artística, todo lo profesional.

Jordi es un escritor literario. De aquellos que, citándolo a él mismo, tienen por valor “su propia obra”. Por tanto no halló “problemas” al darle ese título a este libro suyo. Siempre estuvo consciente de que hubiera sido escandaloso irse por el lado mercantil, de la venta fácil, y por ello optó por no ir contra sus lectores. “No por vender unos cuantos ejemplares más tenemos que empezar a hacer el ridículo”, concluye.

Volver al origen

“Nací en una comunidad en Veracruz. Rural. Era una propiedad que tenía mi familia, que es una tribu de catalanes que recalaron en Veracruz después de la Guerra Civil. Y yo nací ahí, como un niño mexicano, pero con la lengua catalana de fondo todo el tiempo y la añoranza por Barcelona.

De manera que en este ambiente familiar, en este humor, entraba perfectamente Joan Manuel Serrat. Que no solamente venía de la ciudad a la que no podían regresar, sino que cantaba en catalán. Y esto era muy raro en aquella época, ¡no había donde conseguir los discos” Había un par de discos en catalán que oímos hasta su desintegración, prácticamente. Luego había castes piratas…

“Esto también tiene que ver con la admiración que le tenía yo desde niño. Era el faro que teníamos permanentemente para algún día regresar a Barcelona. Los mayores, yo no tenía que regresar a ningún lado”, cuenta.

Corolario

Elegir una canción de Joan Manuel Serrat es complicado. De entrada porque, dice Jordi Soler, “la paleta de temas de sus canciones es muy grande”, y luego puede depender incluso del humor, de la hora del día.

“Pero, como hay que responder una cosa y ser serios. Yo estoy de acuerdo con Gabriel García Márquez: él decía que la canción más hermosa del mundo es ‘Aquellas pequeñas cosas’, que empieza con —señala el título de su libro— Y uno se cree”, finaliza.

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