La reciente cumbre del G7 no fue un simple acto diplomático, sino una respuesta deliberada ante un orden internacional cada vez más fragmentado; donde las principales democracias evidenciaron tanto su capacidad de coordinación como las tensiones que atraviesan. En ese contexto, la participación de la Presidenta no fue un gesto menor. Fue un movimiento calculado que apunta a proyectar al país como un actor con ambiciones renovadas en la política global.
Ello toda vez que su agenda fue clara: diversificación energética, fortalecimiento del comercio con potencias medias, y diplomacia multilateral orientada al Sur Global. No fue casual que sus reuniones más relevantes fueran con Modi, Merz, Ursula von der Leyen y Mark Carney. Cada uno representa un punto estratégico: India como potencia emergente con rol central en el Indo-Pacífico; Alemania y la UE como socios comerciales clave; y Canadá como alternativa energética a la dependencia de México del gas estadounidense.
Sin duda, éstos no fueron encuentros casuales. Revelan una clara hoja de ruta de diversificación diplomática y comercial, ante la amenaza de un ciclo hostil en la relación con Estados Unidos. Y, a su vez, esto supuso un cambio. Mientras la administración anterior optó por una política exterior de bajo perfil, hoy se asume que en la coyuntura actual, la ausencia se paga con irrelevancia.
En ese marco, uno de los puntos más relevantes —y menos comentados— de la visita de Sheinbaum fue su reunión con empresarios del sector energético. En una región donde más del 70% del gas natural es importado de Estados Unidos, abrir nuevas rutas de suministro no es sólo una estrategia económica: es una política de seguridad nacional. Las conversaciones con ATCO y TC Energy, y el inminente inicio del gasoducto Southeast Gateway, pueden significar un primer paso para reducir esa vulnerabilidad estructural. Pero hay que ser claros: Pemex sigue ahogado, y sin alianzas reales, el discurso de soberanía energética será letra muerta.
Pero no hay que caer en triunfalismos. El verdadero objetivo no se consiguió. La reunión con Trump fue cancelada —por razones que se atribuyen a la crisis en Medio Oriente— y lo que se tuvo fue una llamada. En la forma, un gesto cortés. En el fondo, una evidencia de que el vínculo bilateral entre México y Estados Unidos navega aguas inciertas, donde la cortesía diplomática no alcanza para disipar las tormentas estructurales.
En este contexto, México no puede permitirse la improvisación. La participación de la Presidenta en la cumbre fue un mensaje de que el país aspira a un rol activo sin comprometer su soberanía.
Pero ese protagonismo no se construye con buenas intenciones ni con discursos cuidados: exige visión de largo plazo, consistencia en la agenda, capacidad técnica y audacia diplomática. No basta con estar presente; es necesario incidir con claridad y firmeza. Ahí radica el verdadero desafío, porque si algo ha dejado claro esta cumbre es que el mundo no se detiene a esperar a quienes titubean.
Consultor y profesor universitario
Twitter: Petaco10marina
Facebook: Petaco Diez Marina
Instagram: Petaco10marina