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Dice el adagio que los hechos son hijos de los grandes hombres y que sobreviven a sus padres. Tal es el caso de José Pepe Mujica, el expresidente uruguayo, quien partió físicamente de este mundo, pero cuyo legado quedó sembrado en la conciencia de toda América Latina como uno de los más entrañables y valientes luchadores de izquierda.

Muchos lo recordarán por ese emblemático Volkswagen azul, por su casa modesta a las afueras de Montevideo, por su hablar pausado y su mirada clara. Quienes tuvimos la fortuna de conocerlo y seguir de cerca su vida sabemos que su congruencia nunca fue pose ni estrategia, sino el resultado de una trayectoria construida desde abajo, desde la cárcel, desde la clandestinidad, desde el hambre y la resistencia.

Pepe Mujica no fue un político tradicional. Fue guerrillero, preso político; se le sometió a tortura, a aislamiento, pero jamás lo doblegaron. Supo lo que era arriesgar la vida por un ideal sin la certeza de ver los frutos. Aun así, cuando la democracia regresó a su país, eligió seguir luchando desde otras trincheras: el Congreso, el ministerio y la Presidencia.

Su mandato como presidente de Uruguay, entre 2010 y 2015, fue realmente transformador. Colocó a la nación en el mapa mundial como un faro progresista. Pero más allá de las leyes y los avances, lo que realmente transformó fue el ejemplo: demostró que se puede ejercer el poder sin servirse de él.

Y esto, en un mundo tan marcado por la ambición y la deshumanización, lo hizo único. No vivía en un palacio, no usaba escoltas ni acumuló riquezas. Nunca dejó de ser un militante, ni siquiera cuando portaba la banda presidencial. Su palabra era escuchada con respeto no sólo por sus aliados, sino incluso por sus adversarios, porque sabía hablar con el corazón.

En México lo unió una entrañable amistad con el presidente Andrés Manuel López Obrador, a quien acompañó en nuestras fiestas patrias de 2022, pese a su mermada salud. Su última etapa la dedicó a hablar con jóvenes y estudiantes. Decía que lo único que valía la pena era vivir para servir, y servir para vivir con dignidad.

Ahora que nos deja físicamente, su partida duele, pero también nos convoca a no claudicar, a recordar que la lucha por un mundo más justo no es una consigna vacía, sino una forma de vida. Nos lega su ejemplo, su ética, su risa franca, su mirada de sabio cansado pero persistente, que nunca dejó de creer que otro mundo era posible.

A toda su familia, a sus amigos y a todo el pueblo uruguayo les enviamos un abrazo fuerte, fraterno, de lucha y de esperanza. Gracias por tanto, Pepe. Aquí seguimos.


ricardomonreala@yahoo.com.mx

X y Facebook: @RicardoMonrealA

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