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El que no quiera trabajar que no coma

Proverbio popular

 

Mientras respire, no hay manera de “no hacer nada”. Sentado, mirando fijamente la pared y pensando en la inmortalidad del cangrejo, ya está usted haciendo algo. Otra cosa es que eso no corresponda al concepto social de productividad o utilidad, que es la media del hacer o no hacer y, por tanto, del ser o no ser importante, responsable, aceptado, deseable y/o exitoso.

La realidad es que todo se reduce al proverbio popular que constituye nuestro epígrafe. Estar de mantenidos nos vuelve una carga. Por eso existen parámetros de autosostenibilidad, aportación, colaboración, etc. Sin embargo, también hay creencias sociales que ejercen una presión innecesaria. Vayamos a ellas.

Hay en el ambiente laboral un síndrome llamado productivitis: es el impulso de estar haciendo siempre algo, hasta el agotamiento, sumando y sumando actividades a todas aquellas que no hemos concluido o ni siquiera comenzado; es decir, acumulando pendientes, porque es lo que garantiza que seguiremos siendo “productivos”.

Pero cuando estamos solos, o en compañía de nuestra familia, no sabemos qué hacer con nosotros mismos. Dos son los motivos: primero, sentimos culpa, o sea, en cuanto comenzamos a estar a gusto, viene ese pensamiento que nos dice que estamos perdiendo el tiempo o que relajarse está mal cuando hay tantos pendientes, entonces entramos en disgusto; segundo, no hallamos qué hacer fuera de ese ambiente en el que somos “productivos”; estamos, pues, como pez fuera del agua, completamente ajenos e incómodos, casi asfixiándonos, en nuestra propia vida personal y muy, pero muy lejanos de esa intimidad que en el fondo tanto deseamos con nuestros seres queridos.

Ahora transfiera el síndrome de la productividad al común y corriente concepto de utilidad, aplicable a todos, trabajemos o no. Quién no ha oído el “haz algo útil”. Para su familia, su pareja, sus amigos y quienes le rodean, está prohibido ser un inútil en términos de aportar trabajo, dinero o cualquier tipo de esfuerzo que lo haga merecedor de su sustento.

Como estudiantes hay que dar buenos resultados en la escuela; como proveedores, guías y autoridad en casa hay que ser un ejemplo. Ya ve usted cuántos adultos no pueden superar en sus vidas los traumas de infancia ocasionados por padres desobligados, adictos, violentos o ausentes, justificando con ello sus propios errores. Si se es pareja hay que ser recíproco. Si se es amigo hay que estar cuando se le necesita. En fin, tenemos un montón de paradigmas sobre la utilidad de las personas, a los cuales no les falta razón, pero sí proporción.

La proporción lo es todo. Solo algunos ejemplos: no se puede tratar de parecer o incluso ser productivo todo el tiempo si no existe un equilibrio con la eficiencia y la eficacia; no se puede ser un buen proveedor sin que se comprenda por qué estamos cansados y necesitamos nuestros espacios de soledad, pero tampoco se puede vivir entre la productividad y el aislamiento, porque nuestros seres queridos nos necesitan y nosotros a ellos.

Sin la noción de equilibrio nos será muy difícil disfrutar de la vida tal como es y se presenta. Todo el tiempo sentiremos la necesidad de controlarla. A veces nos tenemos que quedar sin nada para entender esto. Es el momento de reconsiderar la manera en que venimos viviendo, para adaptarnos y evolucionar económica, psicológica, relacional y espiritualmente.

Esa adaptación implica alejarse de los extremos, alejarse de la productivitis y la utilitis, pero también de la pereza y la haraganería, que no son otra cosa que la exigencia infantil de que otros se hagan cargo de nosotros, sea quien sea, incluidos nuestros conciudadanos y el gobierno.

Esta exigencia de que “los que tienen la culpa” nos la resuelvan y los que no, nos la paguen, nos mantiene emberrinchados y frustrados mientras tenemos que esforzarnos por resolver, porque en el fondo lo odiamos.

 

     @F_DeLasFuentes

delasfuentesopina@gmail.com

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