Prohibir parece ser una técnica popular. Una medida con la que la clase que gobierna tiene la sensación que un problema se resolvió. Pero sus resultados en general no son rotundos.
Los intentos de prohibir una sustancia, una bebida o una conducta no tienen un efecto permanente, pero es una medida bastante recurrida por los gobernantes, pero siempre se quedan cortos los esfuerzos por atender y erradicar el problema.
En el caso de México tenemos varios ejemplos. En marzo pasado se prohibió la comida chatarra en las escuelas. Al interior de los planteles no puede venderse o promoverse la comida chatarra, como parte del programa “Vida saludable” del Gobierno federal.
La decisión si bien alejó de un primer impulso a los niños de comer este tipo de productos, no necesariamente resuelve el problema de la nutrición de fondo.
Se notó que la venta de algunos productos permanece afuera de las instalaciones y los niños lo mismo acceden a ellos fuera del horario escolar. La conciencia sobre la buena alimentación, la nutrición y los buenos hábitos no necesariamente está en las prioridades de los programas educativos.
La medida de prohibir los productos no necesariamente es mala. No estoy en contra de ella, quizá la crítica parte más de que es incompleta. Pero hay una sensación de que el problema está resuelto y que ya no requiere de atención.
Un caso similar pasa con los vapeadores. La prohibición fue a rajatabla y lo único que creció fue el mercado irregular y las zonas donde hacerlo era permitido. Pero no se ve un plan de gobierno que haga un seguimiento respecto a si las conductas se redujeron o solo se trasladaron a una esfera más insegura que antes.
Y ese parece ser el patrón constante de las prohibiciones. No quitan de raíz el consumo, ni resuelven del todo el problema inicial, solo abren mercados clandestinos donde el ejercicio está fuera de la regulación y pone vidas en riesgo.
Por ejemplo el caso de la despenalización del aborto. El número de procedimientos no se disparó de manera exponencial (como plantearon algunos grupos en contra de la medida), sino que disminuyó el número de mujeres que morían debido a que ya no requerían hacerlo en clínicas clandestinas, con condiciones poco higiénicas.
En Ciudad de México los casos de muertes maternas por aborto disminuyeron hasta 50 por ciento una vez que se despenalizó la interrupción legal del embarazo.
Todos estos ejemplos solo querían servir para plantear una duda genuina: ¿qué nos hace pensar que prohibir los corridos resuelve de fondo el problema de la apología de la violencia?
Creo que el debate y las acciones a seguir no son definitivas, pero a juzgar por la evidencia de ejemplos anteriores, ¿de qué sirve prohibir?, ¿exactamente qué efecto buscamos?
Quizá las canciones ahora tienen un sentido más de rebeldía y nos alejamos del fin último que es poner fin a la violencia. Lo cierto es que sin aprender las lecciones anteriores, estamos lejos de resolver lo que nos preocupa.
@Micmoya