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“Descansar sin culpa: el nuevo acto de rebeldía”

Por El Minotauro

Vivimos en una época que transformó el descanso en una especie de crimen invisible. No porque esté prohibido —al contrario, el discurso dominante lo promueve bajo la etiqueta del “bienestar”—, sino porque está estrechamente vigilado. Hoy en día, descansar se permite solo si hay un motivo productivo detrás: para rendir mejor, para tener claridad mental, para poder seguir generando. Como si el cuerpo y la mente fueran herramientas de una gran maquinaria que necesita engrasarse para seguir funcionando, pero nunca para detenerse.

Detenerse. Qué verbo tan incómodo. No hacer. Qué verbo tan culpígeno.

El aburrimiento, por su parte, ha sido patologizado. En la infancia ya no se tolera: se le combate con pantallas, con talleres, con ocupaciones que “estimulen”. En la adultez, se vuelve un signo de fracaso o de desadaptación. ¿Cómo es posible que alguien se aburra teniendo tantas cosas por hacer, tantos cursos en línea, tantas series, tantas deudas?

La modernidad, con su evangelio de la productividad, ha confundido valor con utilidad. Una persona que no produce, que no genera, que no se mueve, parece valer menos. Por eso, tomarse una siesta, mirar el techo, caminar sin rumbo, puede hacernos sentir una mezcla vergonzosa de ansiedad y culpa. Como si el tiempo libre fuera tiempo perdido. Como si la única forma legítima de habitar el tiempo fuera convertirlo en capital.

¿Y si el aburrimiento no fuera una falla del sistema sino una puerta de entrada a lo que verdaderamente importa? ¿Y si fuera una protesta del alma, exigiendo que dejemos de responder correos y empecemos a escucharnos?

Descansar, en esta época, no es fácil. Requiere valentía. No se trata solo de tirarse en una hamaca —aunque eso también—, sino de resistir la necesidad de justificar ese momento de ocio. De no convertirlo en contenido, en reel, en métrica de salud. Descansar sin culpa es un acto de resistencia frente a un sistema que nos quiere disponibles, agotados, conectados. Un sistema que teme que, en el silencio del aburrimiento, aparezcan preguntas que no tienen respuesta en el mercado.

¿Por qué no puedo estar solo conmigo mismo?
¿Por qué me siento improductivo cuando no hago nada?
¿Qué parte de mí teme desaparecer si no genero algo?

Detrás de esas preguntas se oculta un hecho inquietante: tal vez no sabemos quiénes somos si no estamos haciendo. El sujeto contemporáneo es, ante todo, un hacedor compulsivo. Se define por sus logros, sus metas, su agenda. Pero hay otra dimensión del ser que no se activa desde el hacer, sino desde la pausa. Desde el derecho al descanso, al silencio, a no ser útil.

No, descansar no es perder el tiempo. Es recuperarlo. Es habitarlo desde otro lugar. Es recordarnos que no somos máquinas. Es, quizás, el acto más subversivo que aún nos queda.

Porque en un mundo que nos quiere acelerados, cansados y distraídos…
Detenerse es una forma de despertar.

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