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Mientras drones y misiles rusos perforan los cielos de Ucrania, Olga Klimova duerme profundamente en un hospital psiquiátrico en Poltava. La mujer, de 44 años, sufre esquizofrenia. Fue evacuada desde Kiselivka, en la región de Jersón, al norte del país, sin noticias de su familia. “Ellos saben que estoy aquí. Espero el fin de la guerra para verlos”, dice, sin perder la sonrisa.

Las autoridades trasladaron a miles de pacientes como ella desde hospitales ubicados en zonas de combate en Ucrania. Pero la evacuación es apenas un reflejo de una crisis mayor: el sistema estatal de salud mental está al borde del colapso. A los pacientes crónicos se suman los nuevos trastornos surgidos por la guerra. Según la Organización Mundial de la Salud, al menos 9.6 millones de ucranianos —casi una cuarta parte de la población— podrían enfrentar problemas psicológicos.

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En Poltava, Oles Telibukov teme que lo peor esté por venir. Alrededor del 10 por ciento de los 712 pacientes de su hospital fueron desplazados. Uno de los casos es el de Olga Beketova, también esquizofrénica, quien dejó de recibir su medicación durante la ocupación rusa de Jersón. En mayo de 2022 sufrió una convulsión y, dos años más tarde, un derrame cerebral. 

La escasez de medicamentos, muchos de ellos importados, obligó a recurrir a ayuda extranjera. Una de las organizaciones que colabora es la francesa AICM, dirigida por el médico Christian Carrer. Él advierte sobre el deterioro de clínicas psiquiátricas que aún conservan estructuras de la era soviética: “Muchos pacientes están aquí sin estar aquí”.

Las heridas invisibles también alcanzan a las tropas. Teliukov menciona a una soldada traumatizada por un ataque ruso y a otra que estuvo cautiva seis meses. Sospecha que sufrió violencia sexual, pero ella no logra hablar del horror vivido. En su sala, llamada “rosa” para evitar la estigmatización, Klimova se despide con la mano, ajena al estruendo de la guerra. 

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