Se acerca la Semana Santa, ¿no han sentido el calor azotador de la bella primavera? Es esa época del año en la que se preparan capirotadas, se descongela el bacalao que sobró de las Navidades pasadas, y algunos nos preparamos para convivir y comer en familia (aunque un acapulcazo no caería nada mal…).
Así como en México con su Pasión de Iztapalapa o las procesiones silenciosas de San Luis Potosí, en todo el mundo se celebra y se vive la Semana Santa de manera única, haciéndola una fecha emotiva, familiar y, por qué no, también divertida.
Uno de estos casos es el “Halloween de Primavera”, o noche de Walpurgis, en el país nórdico de Suecia. En estas fechas, niñas y niños se disfrazan de brujas y monstruos, ya que, según el folklore y el sincretismo cultural y religioso, el Viernes Santo era el día en que las brujas volaban rumbo a una isla maldita para encontrarse con el mismísimo Diablo. De paso, robaban niños y adultos para comérselos en el trayecto (una especie de escobaservicio, pues). ¿La mejor forma de evitar ser raptado? Disfrazarse de criatura horripilante para que las brujas los confundieran con ánimas amigas. Con el tiempo, el tono lúgubre se diluyó, y hoy es una celebración en la que los niños van de casa en casa pidiendo dulces.
En Polonia, otro país europeo que queda más o menos “por donde hace frío y la historia es intensa”, celebran estas fechas con una tradición que podríamos llamar refrescante. El Śmigus-Dyngus se celebra el lunes después de Pascua, y dicta que todos los hombres deben mojar a las mujeres con chorros de agua. En sus orígenes era una costumbre de cortejo, pero terminó evolucionando en una guerra de agua a gran escala, en la que ni las madrecitas se salvan. (Héctor Zagal, por cierto, no aprueba el despilfarro de agua; recomienda mejor mojarse las patas en una tarja de plástico y chapotear a gusto).
En las islas Bermudas, encontramos una tradición preciosa y llena de color: volar papalotes el Viernes Santo. Esto se remonta a un misionero inglés que, al querer explicar la Ascensión de Cristo, lanzó al aire un papalote. Desde entonces, el cielo se llena de figuras voladoras que reflejan la luz del sol con tonos vivos, recordando, con alegría, que Cristo sube al cielo… pero no se aleja.
Y claro, como toda buena fiesta, la Semana Santa trae consigo un banquete lleno de recetas típicas y sabores entrañables. Además de los ya mencionados bacalaos y capirotadas, encontramos tortas de camarón con romeritos, buñuelos, torrijas, huazontles, sopas de haba, lentejas y muchos, muchos platillos más que nos reúnen, nos identifican y nos invitan al recogimiento a través del sabor.
Porque sí, además de ser un tiempo para el descanso, la convivencia, la Semana Santa sigue siendo un momento especial para mirar hacia lo alto… no solo para ver papalotes o buscar sombra, sino para reflexionar sobre el sentido de la vida. Para los cristianos, la semana santa significa que hubo un Dios que, por amor, quiso bajar a nuestra historia, compartir nuestras penas, y luego volver al cielo para abrirnos camino.
Por lo pronto, mientras llega la semana santa por excelencia, me prepararé un cóctel de camarón y me mojaré los pies en la pileta que tengo arrumbada. Porque sí, la vida es seria… pero también se goza.