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En un mundo cada vez más dependiente de la tecnología, la advertencia de Elon Musk sobre una crisis energética inminente debería haber encendido las alarmas. Su afirmación no es exagerada: el avance exponencial de la inteligencia artificial (IA) y otras tecnologías emergentes ha generado una demanda energética sin precedentes.

Centros de datos, supercomputadoras y redes de telecomunicaciones están llevando al límite la capacidad de generación eléctrica global. Según Musk, si no se toman medidas urgentes, este año podríamos ver los primeros signos de una crisis que impactará la economía, la innovación y la calidad de vida de millones de personas.

En ese marco, si el escenario que Musk anticipa se materializa, serán los hogares más vulnerables los primeros en sufrir las consecuencias. Esto toda vez que la crisis energética no es sólo un problema de generación y distribución, sino también un factor que agrava la pobreza en todas sus vertientes.

Cabe tan sólo señalar que, hoy en día, casi 800 millones de personas en el mundo carecen de acceso a electricidad, y 2,600 millones —un tercio de la población mundial— no cuentan con combustibles limpios para cocinar. En México, por su parte, el INEGI reporta que alrededor de 35 mil hogares (1%) no tienen acceso a energía, mientras que el 36.7% se ve obligado a prescindir de bienes esenciales como iluminación, climatización o limpieza debido a la insuficiencia del suministro –una situación que, sin duda, merece de atención.

Asimismo, el problema se intensifica ante fenómenos como la sequía, que no sólo merma la producción hidroeléctrica, sino que también compromete la estabilidad del suministro eléctrico; pues la escasez de agua limita la generación de energía, afectando con mayor crudeza a los sectores más vulnerables y profundizando el círculo vicioso de la pobreza energética. Esta realidad, considero, hace inaplazable una planificación estratégica que garantice un suministro resiliente y sostenible.

A esto se suma el impacto de la electrificación del transporte, que si bien es deseable, también está sobrecargando redes eléctricas ya al límite. Además, la escasez de transformadores y componentes clave para la distribución de energía ha convertido la crisis en un problema logístico global.

Frente a ello, la transición hacia energías renovables, aunque necesaria, no ha sido lo suficientemente rápida a nivel mundial; ya que las iniciativas, por positivas que sean, resultan insuficientes sin una acción decidida y coordinada. De modo que la inversión en infraestructura, la diversificación de fuentes de energía y la cooperación internacional serán clave para evitar el colapso anticipado.

El mensaje de Musk es claro: la crisis energética no es un problema del futuro, sino una amenaza inminente. Sin embargo, la pregunta no es si debemos actuar, sino cuánto tiempo nos queda para hacerlo. Si los gobiernos ignoran esta advertencia, tanto el progreso tecnológico como el bienestar de cada hogar podría quedar supeditado a un recurso tan básico como la electricidad. Y en un mundo donde la estabilidad depende de ella, quedarse sin energía no sólo implicaría un retroceso, sino una crisis sin precedentes.

 

Consultor y profesor universitario

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