Por Ricardo Sevilla
Se acabaron las especulaciones. Donald Trump llegó a la presidencia de Estados Unidos.
El primer mandatario, apenas tomar posesión como 47º presidente de ese país, firmó sus primeras órdenes ejecutivas.
Como se esperaba, el sobreactuado personaje anunció que declarará emergencia nacional en la frontera con México, y que cambiará el nombre del Golfo de México por el “Golfo de América” y “recuperar” el Canal de Panamá.
Trump anunció que, una vez más, Estados Unidos se retirará del Acuerdo de París sobre cambio climático.
En su discurso inaugural, donde no paró de hacer sus habituales muecas y movimientos histriónicos, Trump dijo que designaría formalmente a los carteles mexicanos como organizaciones terroristas.
Para nadie es un secreto que Trump es un sujeto veleidoso y que toma decisiones unilaterales.
No obstante, Estados Unidos, como imperio, tiene los días contados. Caerá. Y no es una premonición. Es una enseñanza histórica. Recordemos que, durante los últimos años, extendió inexorable y sangrientamente su domino sobre el planeta.
Pero este rumbo se ha invertido. Estados Unidos está en crisis. Actualmente está enfrentando un escenario de estancamiento económico, división política y retroceso demográfico, Occidente parece precipitarse hacia un acelerado declive.
No es la primera vez que la historia asiste a un ascenso y a una caída tan vertiginosos. El Imperio romano siguió una trayectoria similar, desde el poder cuasi omnímodo hasta du desintegración.
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