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Son mucho más que un simple espectáculo turístico, son íconos de la cultura mexicana y símbolo de valentía, destreza y tradición que ha trascendido las fronteras, son los famosos y audaces clavadistas de Acapulco.

Desde hace 90 años, han cautivado a turistas locales y extranjeros en La Quebrada con sus saltos desde una plataforma de 35 metros de altura, tradición que nació como un reto entre pescadores de Guerrero.

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En esta práctica, destaca una familia con un hobbie poco común: lanzarse desde un acantilado que en su máxima altura alcanza 45 metros de alto. Ellos son Héctor Nieves y sus hijos Lilia Mishelle y Donovan, sus hijos de 13 y 17 años, aunque sólo el padre participa en el famoso espectáculo, pues los chicos tienen que esperar a cumplir los 18.

El jefe de la familia comenzó desde niño a practicar: “Me traía mi papá, vendía aquí refrescos  y a mí me nació la inquietud cuando veía a los compañeros clavadistas, me gustaba. Un día uno me dijo que si quería bajar a nadar y yo, sin saber nadar, le dije que sí  y me bajó, y ahí de hecho aquí aprendí también a nadar a los 12 años”.

Recuerda que él empezó, poco a poco, de dos metros, tres metros, cinco o diez, hasta llegar a la parte alta que son 35 metros. 

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SE COBIJAN EN LA VIRGEN

La precisión al tirarse al vacío es milimétrica, calculan el momento exacto en que el oleaje cubre las rocas para evitar impactar contra ellas y sufrir algún accidente, siempre cobijados por la bendición de la vírgen de Guadalupe, a quien se encomiendan segundos antes de saltar.

Héctor se lanza una o dos veces al día. “Solamente le pido a Dios en la Virgen que tenemos aquí en el Cerro de la Virgen de Guadalupe que siempre nos cuide a mí y a mis compañeros que nos regrese con bien en cada acto que hacemos; me concentró, esperamos una ola adecuada”.

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¿Qué le dice su familia sobre esta actividad?

-Que me cuide, que trate de que no me pase nada, porque si es peligroso, porque tenemos cuatro metros de profundidad, cuando sube la ola hasta cuatro y medio, y todo el fondo es rocoso a veces se desprendan las piedras, el golpe es fuerte, pues bajamos entre 80 y 90 kilómetros por hora el pavimento, o sea, el riesgo está en cada en cada trabajo en la ventana.

A pesar del peligro, Héctor está orgulloso de que sus hijos sigan la profesión. Aunque “da miedo, pues sí, pero pues me aguanto y trato de controlarme”, cuando ellos saltan. 

La recompensa, sólo el reconocimiento de turistas de todas las nacionalidades. “Mucha gente que nos visita se asombran, nos felicitan, aplauden, nos abrazan. Se va contentos porque a veces algunos no dicen que nunca habían venido y que nada más escuchaban que la quebrada está muy bonita y que los clavados etcétera etcétera, y pues le digo la gente se va contenta y asombrada”.

 

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