La reelección de Rosario Piedra Ibarra exhibió el carácter autoritario de la fracción morenista en el Senado y simbiosis que existe con el poder ejecutivo, al que obedece sin dimensionar las consecuencias.
Todo el día se llevó el debate sobre la conveniencia de que la actual presidenta de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) fuera reelecta, pese a haber sido la peor calificada de entre todas las aspirantes, a pesar de haber presentado un documento falso que respaldaba su candidatura y pese a haber ocultado el pago de 42 millones de pesos a un experiodista simpatizante de López Obrador.
Morena recibió la orden, sí o sí, de lograr la ratificación de Piedra Ibarra, a pesar de que había una fuerte corriente al interior del grupo parlamentario que se oponía.
El coordinador de los senadores de Morena, Adán Augusto López, a quien le gusta presumir su lealtad a la presidencia (todo lo consulta con Palacio Nacional antes de tomar cualquier decisión, por nimia que sea), tardó en lograr la unificación de su bancada.
Corrió incluso la versión de que el tabasqueño había propuesto entregar a los morenistas las cédulas de votación marcadas a favor de la hija de la activista Rosario Ibarra, cuya fundación Eureka rechazó la reelección de la actual presidenta de la CNDH.
Al cierre de este espacio, no había concluido el proceso de discusión y por lo tanto tampoco la votación.
Para garantizar la votación en libertad, los coordinadores parlamentarios junto con el presidente de la mesa directiva y Adán Augusto López, acordaron que a cada uno de los senadores se les entregara una hoja en blanco firmada por Fernández Noroña, Adán Augusto y los coordinadores de los tres partidos de oposición, pero los morenistas se opusieron con ferocidad a que el voto se realizara en una mampara como las que se utilizan en las votaciones generales.
El problema ya ni siquiera es la designación de Piedra Ibarra, sino el mensaje que envían Morena y la presidencia, al impulsar y respaldar a una persona que claramente no es idónea para el cargo contraviniendo la propia convocatoria y la ley de la CNDH.
Piedra Ibarra llegó a la terna “por un acuerdo político’’, de acuerdo con Javier Corral, presidente de la Comisión de Justicia, y no por sus méritos.
Domesticada, colonizada, al servicio del poder que se supone debería contener, la CNDH con Piedra Ibarra está lista para su demolición, piedra a piedra.
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Omar García Harfuch cometió dos gazapos, imperdonables para él, a quien se le considera desde ya el “superpolicía’’ de este sexenio (el de Calderón ya sabemos cómo terminó).
Primero, desconoció la cancelación de la feria ganadera de Sinaloa; negó que las amenazas de la delincuencia organizada fueran suficientes para la cancelación del evento.
Pero, ¿qué cree? El gobernador Rubén Rocha Moya, había anunciado el lunes la cancelación del evento y para mala suerte del secretario de Seguridad, el crimen organizado que gobierna Sinaloa asesinó al delegado de la Unión Regional Ganadera del sur del estado, Ramón Velázquez Ontiveros, uno de los organizadores del evento.
El segundo caso, tiene que ver con el anuncio hecho por el propio García Harfuch, de la detención, en Chiapas, del supuesto operador de El Mayo Zambada, Jesús Esteban Machado Meza, alias “El Güero Pulseras’’.
Ayer la Secretaría de Seguridad desmintió tal captura y precisó que solo se trató de un “cateo’’.
¿Entonces?
@adriantrejo