Por Lengua larga
Rubén Moreira no gobierna: vigila. Vigila expedientes, silencios y lealtades. Es el guardián del viejo PRI, ese que sobrevive entre escándalos, empresas fantasma y fortunas inexplicables. Exgobernador de Coahuila y hoy jefe de la bancada tricolor en San Lázaro, Moreira se ha especializado en una cosa: blindar a los suyos mientras otros cargan con la culpa.
Su paso por Coahuila quedó marcado por señalamientos de contratos inflados y pagos a empresas inexistentes, un saqueo administrativo documentado por investigaciones periodísticas que hablaron de domicilios vacíos, firmas fantasma y millones evaporados. Nada lo tocó directamente, pero el olor a corrupción fue constante, denso y persistente.
El moreirismo también perfeccionó el control político: medios locales atados con publicidad oficial, periodistas incómodos arrinconados y una narrativa de orden que se sostenía con chequeras. En ese esquema, el poder no se explicaba, se imponía. Y quien preguntaba demasiado, estorbaba.
Pero el verdadero veneno aparece cuando entra en escena Carolina Viggiano, su esposa. Exfuncionaria, exdirigente partidista y hoy protagonista involuntaria del escándalo conocido como la “Estafa Siniestra” en Hidalgo, un caso de presunto desvío de recursos públicos. Su nombre ha sido citado, investigado y señalado. ¿Y quién aparece siempre cerca? Rubén Moreira, el cuidador.
Dentro y fuera del PRI se dice que él es el operador que contiene daños, el que mueve influencias y administra tiempos para que los expedientes no escalen. No es fiscal ni juez, pero actúa como muro de contención. Cuando el apellido Viggiano aparece en problemas, Moreira aparece como escudo.
Las acusaciones incluso llegaron desde casa. Humberto Moreira, su propio hermano, los señaló públicamente como operadores de fraude electoral, dejando claro que en esta familia la traición no es pecado, sino método. Cuando el poder se disputa, los Moreira se acusan… y aun así sobreviven.
Hoy Rubén Moreira sigue ahí: sin proceso, sin castigo, sin rubor. Coordinando diputados, cuidando intereses y demostrando que en la política mexicana no manda el que gobierna, sino el que protege. Y en ese arte oscuro, el cancerbero del PRI sigue siendo maestro.
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