Por más que el país se acostumbre a navegar entre datos, hay momentos en que las cifras se convierten en síntomas. Entre enero y septiembre de 2025, la población ocupada aumentó 45,903 personas, siendo la creación de empleo más baja en una década —excluyendo los años pandémicos— y un recordatorio incómodo de que la narrativa del dinamismo post-nearshoring nunca aterrizó del todo en el mercado laboral.
El contraste histórico deja mucho que decir. En 2017, considerado hasta ahora un año débil, se habían creado 382,739 empleos en el mismo periodo. Hoy, ni siquiera nos acercamos a esa cifra. Y aunque 2020 mostró la pérdida de 4.5 millones de ocupados, la naturaleza del shock lo hacía explicable. Lo de hoy, no: estamos ante un fenómeno de desgastes acumulados, estructurales y un clima de incertidumbre que terminó pasándole la factura al empleo. La ENOE lo muestra con claridad.
Sin embargo, el trasfondo es macroeconómico. Diversos especialistas coinciden en que 2025 combinó debilidad industrial, menor demanda externa, incertidumbre por aranceles y un consumo interno más moderado. La manufactura —nuestro motor exportador— perdió tracción justo cuando Estados Unidos también comenzó a enfriarse, dejando al país sin un impulsor claro para generar empleo estable y bien remunerado.
A esto se suma un repunte silencioso del desempleo: pasó de 2.6% a 2.9%, hilando dos trimestres al alza. La subocupación se mantiene en 7.2%, lejos del mínimo histórico de 6.1%. Es decir, no estamos cerca del pleno empleo: estamos en una estabilidad apenas suficiente, sostenida por actividades de baja productividad que no garantizan ingresos ni certidumbre.
En ese marco, las expectativas empresariales para 2026 son moderadas. Encuestas recientes muestran que 45% de las compañías planea contratar, 42% mantendrá su plantilla y 13% reducirá. De modo que la recuperación del empleo formal sería marginal, sujeta al alivio arancelario, al repunte en la demanda externa y a un entorno local que genere certidumbre.
Frente a tales circunstancias, me parece que el desafío, pues, no es sólo crecer, sino traducir el crecimiento en empleo formal, algo que México no logra desde hace años. Hoy generamos ocupación, pero de baja calidad; producimos, pero no contratamos. Esa desconexión es el verdadero riesgo; ya que un país que recurre crónicamente a la informalidad para sostener sus cifras laborales deja de construir futuro y comienza a administrar un presente frágil. En ese espejo, la economía mexicana debe decidir si seguirá sobreviviendo o si está dispuesta, finalmente, a desarrollarse.
Digo lo anterior, dado que el mercado laboral de 2025 no revela un colapso total, sino un límite. Nuestro país no perdió empleo, pero tampoco generó el suficiente para sostener una trayectoria de crecimiento. Por ello, el reto hacia adelante no está en esperar un repunte coyuntural, sino en reconstruir las condiciones para que la creación de empleo formal recupere ritmo y continuidad. Mientras ese punto no llegue, las variaciones trimestrales seguirán reflejando un país que opera, pero sin expandirse.
Consultor y profesor universitario
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