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Por Lengua Larga

En Azcapotzalco ya no se necesitan comisiones de transparencia: los escándalos se graban solitos. Esta vez le tocó el turno a César Olivares, director de Espacio Público y Gobierno, quien decidió convertir las calles chintololas en su cantina personal. El hombre manejaba tan alcoholizado que apenas podía mantenerse en pie. Literal: no podía ni caminar. Y sí, así como lo lee, traía a un menor de edad con él, porque al parecer la irresponsabilidad también la trae en modalidad “familiar”.

Olivares no solo hizo el ridículo: chocó contra un taxi y lo grabaron. Una mujer que lo reconoció registró la escena completa, la misma en la que el flamante funcionario se veía tan desconectado de la realidad que hasta orinado terminó. Sí, se hizo pipí encima. Un director de gobierno convertido en espectáculo público, ofreciendo una demostración involuntaria de lo que significa perder la dignidad en horario nocturno.

La cereza del pastel fue su paso por la territorial AZC-4, donde los policías del sector lo trataron como si fuera el heredero del trono tepaneca. Y no es casualidad: todos ellos son fieles operadores de Nancy Núñez, la alcaldesa que permite cada desastre administrativo como si la impunidad fuera parte del presupuesto anual. Pero ella está más preocupada por otras cosas, como por el peinado de señora de los 60 que le hicieron para rendir su informe del “primer año que no he hecho nada”.

Porque aquí lo que importa es decirlo con todas sus letras: César Olivares no solo es funcionario. Es uno de los mejores amigos de Nancy. Su recaudador estrella. Su protegido. Su chico de confianza.

Y por eso lo cuidaron, lo arroparon y lo acomodaron mientras él no podía ni sostener la mirada fija. Ni los tacos de 3 por 20 reciben tanta cortesía en la madrugada.

Pero Nancy está atrapada. Porque un funcionario borracho, con un menor dentro del coche, chocando, meado y grabado… eso ya no es defensa política: es un regalo para la oposición y un misil directo a su propia credibilidad. No es un error: es un escándalo completo envuelto para regalo.

La pregunta no es si debe correrlo.

La pregunta es qué está esperando Nancy Núñez para hacerlo. Porque si lo mantiene un minuto más, entonces queda claro que en Azcapotzalco el espacio público se entrega a cambio de lealtades, la seguridad se negocia entre amigos y la alcaldía se maneja como un club privado donde la vergüenza es opcional.

Ya ni se trata de lo que Olivares hizo.

Se trata de lo que Nancy deje de hacer.

Y si no lo despide hoy mismo, será ella —no él— quien tendrá que explicar por qué en tierras tepanecas un funcionario borracho, con un menor, chocado y meado todavía merece oficina, sueldo y el dinero de las extorsiones.

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