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El Día del Hombre y el fenómeno del “niño-hombre” en el siglo XXI

Todos hablan del Día del Hombre como si se celebrara algo estable, ancestral y bien definido: “lo masculino”. Eso que, según algunos nostálgicos, consistía en saber cambiar una llanta, fumar callado frente al horizonte y jamás expresar una emoción salvo en el futbol. Pero si uno mira con un poco de honestidad, descubre que lo que hoy deberíamos conmemorar no es al “hombre” sino a su fantasma: el hombre que no termina de llegar.
El fenómeno creciente del niño-hombre.

No es un insulto. No es un meme. No es una categoría patologizante.
Es un síntoma.

Un síntoma de época.

Y como todo síntoma, no viene a destruir nada: viene a decir algo que nadie quiso escuchar.

I. El adulto que se quedó a medio cocer

Nunca en la historia habíamos tenido una generación tan ilustrada, tan conectada, tan informada y tan… extraviada. Ser hombre en el siglo XXI parece exigir un doctorado en sobrevivir contradicciones:

– Sé sensible, pero no demasiado.
– Sé fuerte, pero jamás violento.
– Sé proveedor, pero también emocionalmente disponible.
– Sé racional, pero ojalá también espiritual.
– Sé protector, pero no paternalista.
– Sé independiente, pero no desapegado.
– Sé exitoso, pero con humildad.
– Sé moderno, pero sin traicionar la tradición.

Una lista de mandatos casi imposibles.

Hemos cambiado un tipo de imperativo por otro: antes dictaba prohibiciones; ahora dicta ideales. Y los ideales siempre matan más que las prohibiciones, porque son inalcanzables. De ahí el niño-hombre: una respuesta lógica frente a exigencias ilógicas.

II. La masculinidad interrumpida: una genealogía rápida

Durante siglos, “ser hombre” era más claro, más rígido y más cruel. Se heredaba como una camisa que picaba, pero que todos usaban sin quejarse. Hoy, esa camisa se rasgó. Las mujeres cuestionaron su lugar, las familias cambiaron, el trabajo se volvió precario, la estabilidad se volvió mito y ese sujeto quedó suspendido en el aire.

Lo que llamamos “niño-hombre” aparece justo ahí: cuando nada sostiene y nadie enseña.

Ya no hay ritos de paso, ni oficios aprendidos del abuelo, ni comunidades que acompañen. En su lugar tenemos:

– YouTube
– Tutoriales de 30 segundos
– Foros de Reddit con cara de brújula moral
– Gurús de masculinidad tóxica
– Y una colección inmensa de influencers motivacionales cuya única acción sobresaliente fue editar bien sus videos.

El niño-hombre no carece de testosterona. Carece de transmisión: alguien que le diga que hacerse cargo de uno mismo no es un castigo, sino un destino humano.

III. La Peter Pan era

La idea del hombre que no crece no nació con la llegada de TikTok; ya estaba en Peter Pan. La diferencia es que hoy Peter Pan tendría un podcast sobre “cómo soltar las responsabilidades del sistema”. Tendría miles de seguidores. Sería invitado a conferencias de “nuevas masculinidades”. Y seguro que Wendy lo bloquearía.

El niño-hombre aparece cuando la infancia se vuelve un refugio y no un paso. Cuando crecer deja de ser deseo y se convierte en trauma anticipado.
¿Para qué crecer si crecer para alguno hoy significa:

– endeudarse,
– pagar rentas imposibles,
– trabajar en empleos que se extinguen,
– lidiar con una exigencia emocional que nadie te enseñó,
– romper con la lógica patriarcal sin tener otra clara,
– y encima “sanar tus heridas” mientras produces, amas, educas, meditas y comes sano?

Casi cualquier sujeto razonable, frente a esa lista, preferiría no crecer.

IV. El hombre roto por dentro

El niño-hombre no es débil; está desbordado.
No carece de herramientas, sino de función simbólica: ese lugar interno desde el cual uno puede decir “esto me toca a mí”.
Pero en este siglo todo se volvió líquido, provisional, reversible. Hasta las parejas parece que vienen con opción de reembolso en 24 horas.

Ser hombre antes era una jaula, sí. Pero las jaulas, por opresivas que sean, dan estructura. Hoy la jaula se abrió, pero nadie enseñó qué hacer con el vértigo de esa libertad. Y la libertad sin brújula es un laberinto.

Ahí aparece la ambivalencia contemporánea:
los hombres quieren pertenecer, pero temen ser tragados; quieren autonomía, pero temen quedarse solos.

Y entonces flotan.
Y cuando uno flota demasiado tiempo, sigue siendo niño.

V. La filosofía del no-advenir

¿Qué es “advenir hombre” hoy?

No es adquirir músculos, ni dinero, ni liderazgo.
Es construir un lugar interno desde el cual uno pueda responder con palabras y actos propios a la pregunta más antigua del mundo: ¿qué se espera de mí y qué espero yo?

Lo difícil no es lo masculino.
Lo difícil es advenir hombre en un tiempo que precariza la identidad, licua los compromisos y demoniza cualquier forma de diferencia.

VI. La herida secreta

El niño-hombre no nace de la comodidad.
Nace de la vergüenza.

Vergüenza de no ser suficiente.
Vergüenza de no entender las reglas.
Vergüenza de sentir.
Vergüenza de no saber ser pareja, padre, amigo, adulto.
Vergüenza de pedir ayuda.
Vergüenza de no estar a la altura de un ideal que nadie cumple.

Y la vergüenza paraliza.
Y todo lo paralizado se vuelve infantil.

VII. ¿Qué hacer con este hombre que no llega?

No hay que empujarlo a madurar con sermones moralistas.
No hay que burlarse de él.
No hay que domesticarlo.

Hay que invitarlo a decir.
A construir un relato de sí mismo que no esté hecho de mandatos ni de culpas.
Hay que recordarle que crecer no es volverse invulnerable, sino responsable.
Y que la responsabilidad no es una carga, sino un estilo de libertad.

Ser hombre en el siglo XXI no debería ser una tragedia ni una penitencia.
Debería ser un acto de creación.

Un acto sin manual, sin mito, sin héroes perfectos.
Un acto hecho de dudas, pero también de palabras que sostienen.

VIII. Un día del hombre que no sea una caricatura

Si vamos a conmemorar algo hoy, que no sea la nostalgia patriarcal ni la caricatura del macho sensible.
Celebremos la posibilidad de un hombre que se construye sin modelos, sin culpas, sin miedo.
Que crece no para dominar, sino para habitar su propia vida.
Que entiende que la fuerza no compite con la ternura.
Que sabe que su herida no le quita dignidad, sino profundidad.

Conmemoración al hombre que, aunque llegue tarde, finalmente llega.

Porque nunca es tarde para hacerse cargo de uno mismo.

Ese, y no otro, debería ser el verdadero rito de paso contemporáneo para advenir hombre.

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