El crecimiento del efectivo en circulación en nuestro país se disparó en las últimas dos décadas, pues mientras en 2001 los billetes y monedas en manos del público eran apenas 2.2% del PIB, en 2025 ya son 8.6%.
La proporción del efectivo –billetes y monedas en poder de uso constante- pasó de cifras moderadas a niveles que alarman, ya que en 2020 el PIB cayó 8.5 %.
También te puede interesar: EU acuña su última moneda de un centavo luego de 232 años
De acuerdo con Alejandro Gómez, analista del grupo GAEAP, este crecimiento del efectivo está acompañado por cuatro efectos que erosionan la productividad y la capacidad de recaudación del país. Cuando una proporción mayor de transacciones se hace fuera del sistema bancario, la supervisión, regulación y formalización se debilitan.
Menos bancarización genera menor productividad. La ausencia de acceso a servicios financieros dificulta que empresas y personas inviertan, accedan a crédito o digitalicen sus operaciones.
Además, mientras hay más transacciones opacas, existe menor recaudación tributaria, ya que el uso creciente del efectivo como medio reduce el rastro contable y limita el control fiscal.
Y lo más importante, cuando hay mayor incertidumbre, la gente guarda dinero “por si acaso”. En contextos de desconfianza, la preferencia por el líquido como refugio desplaza la inversión productiva, detalló.
“Esto es una alerta roja sobre la estructura productiva, la seguridad, la confianza y la capacidad del sistema financiero para sostener el crecimiento”, precisó Gómez.
También te puede interesar: EU podría reducir aranceles al café y plátanos
Esto sugiere un retroceso respecto al camino de modernización financiera que México parecía transitar.
Si el efectivo domina en lugar de ser residual, se pone en riesgo la competitividad, la recaudación y el desarrollo sostenible.
