La revisión del T-MEC no será un simple trámite. En realidad, podría marcar un antes y un después en la historia económica de América del Norte; pues lo que comenzó como un ejercicio técnico de consulta, se ha transformado en un tablero donde cada movimiento cuenta, y donde las decisiones que se tomen en los próximos meses afectarán directamente la cotidianidad de millones de personas: desde las cadenas productivas hasta los precios de los bienes básicos.
El reciente documento de la Cámara de Comercio de EU, lo confirma. En 39 páginas, el organismo acusa a México de minar los compromisos del tratado por reformas constitucionales que socavan la independencia judicial y regulatoria; por políticas fiscales y energéticas que distorsionan la competencia; y por decisiones administrativas que erosionan la confianza de los inversionistas.
Sin duda, el tono es severo; pero más allá de las críticas, el mensaje central es político: el empresariado estadounidense quiere blindar el Tratado frente a cualquier tentación de proteccionismo o discrecionalidad estatal. Por eso, las organizaciones empresariales han coincidido en que el T-MEC si bien debe preservarse como un acuerdo robusto, también tiene que estar sujeto a reglas claras.
Y aquí radica el verdadero núcleo del debate: la energía, misma se ha convertido en uno de los puntos de fricción más delicados, porque ahí confluyen los intereses estratégicos de cada país —la soberanía para México, la competencia para EU y la estabilidad para Canadá. No es casualidad que en el Congreso estadounidense se haya presentado una iniciativa para establecer paneles de resolución de disputas en el sector energético y, de ese modo, impedir que Pemex y la CFE mantengan ventajas frente a sus competidores
En términos diplomáticos, representa un aviso. Aunque más allá de la arena institucional, hay un impacto concreto en la vida diaria. Si el tratado se debilita, se resentirán las cadenas de suministro que sostienen industrias completas, el costo de las exportaciones podría aumentar y la inversión extranjera se movería hacia entornos más adversos. En otras palabras, lo que hoy parece una mera controversia diplomática, mañana podría reflejarse en menos empleos, menor dinamismo económico y precios más altos para consumidores de ambos lados de la frontera.
Por eso, la revisión del T-MEC debe entenderse como una oportunidad para repensar el papel de México dentro de un bloque que, hasta ahora, supera los dos billones de dólares. Es decir, ya no se trata de una mera cuestión de diplomacia económica, sino de un pilar del bienestar regional en jaque.
Los próximos meses serán clave no para asumir una narrativa de buenos y malos, sino para reconocer que el Tratado será el eje que determine el rumbo de Norteamérica en la próxima década. Y en ese marco, México no puede permanecer como espectador, más bien debe participar con una visión clara, técnica y estratégica; porque lo que está en juego son las condiciones bajo las cuales trabajamos, producimos y competimos día a día.
Consultor y profesor universitario
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