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Pensar, sentir, crear: funciones en riesgo en la sociedad hiperconectada Cómplices reúne a grandes divas en una comedia irreverente sobre la muerte

La plasticidad neuronal —la capacidad del cerebro para reconfigurarse según los estímulos más frecuentes— ha sido una de las grandes ventajas evolutivas de la especie humana. Gracias a ella, el cerebro aprende, se adapta y sobrevive. Pero en la era digital, advierten los especialistas, esa misma cualidad está transformando la estructura mental de millones de personas.

Desde su laboratorio en la Facultad de Medicina de la UNAM, la doctora Limei Zhang analiza los efectos de determinadas neurohormonas sobre las emociones y el estrés, aunque también observa con inquietud las consecuencias sociales de una vida marcada por las pantallas, la gratificación inmediata y la pérdida de reflexión. Miembro de la Academia Mexicana de Ciencias desde 2002, reconoce que el estudio de la atención es un campo aún incipiente, pero con señales evidentes de cambio.

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La atención es una función muy particular del cerebro“, explicó a 24 HORAS. Según sus observaciones, tanto en animales como en humanos, “el exceso de información altera la capacidad de concentración“. Para la científica, la exposición constante a estímulos visuales fortalece los circuitos cerebrales vinculados con la reacción rápida, pero deja inactivos los asociados con la reflexión, la creatividad y el aprendizaje.

La especialista en neurociencias lo considera una paradoja moderna. “Antes aprendíamos dentro de la familia. Había una transmisión de sabiduría cotidiana. Hoy, al perder el contacto directo, se pierde también ese aprendizaje. Es peligroso: ya no hay inhibición ni vergüenza, y la gente actúa sin reflexión”.

En consecuencia, la científica observa un cambio cultural que se refleja en el plano biológico: “Las áreas del cerebro que usamos para el pensamiento profundo —la inteligencia superior, la filosofía, la creatividad— ya no se estimulan como antes. Por eso las personas responden de manera más egoísta. Falta empatía”.

Esa pérdida de empatía, sugiere, podría estar vinculada con un debilitamiento de la corteza prefrontal, la región asociada con la comprensión de los otros. La investigadora menciona que algunos países, como Australia, han comenzado a prohibir el uso de internet en niños de primaria. Para ella, el fenómeno está relacionado con la forma en que el cerebro selecciona los estímulos más frecuentes: “Entre más usas una parte, más se desarrolla y prevalece. Lo que menos usas cae en disfunción y puede desaparecer”.

Aprender sin esfuerzo

La investigadora sostiene que la educación actual fomenta la gratificación inmediata y evita el esfuerzo sostenido. Durante su trabajo con neurohormonas, ha observado cómo la motivación aumenta ante la adversidad: en experimentos con animales privados de agua por breves periodos, las respuestas de supervivencia se intensifican. “Cuando tenemos todas las necesidades básicas cubiertas en exceso, perdemos el impulso de luchar”, comentó.

Esa lógica, trasladada al plano humano, explica por qué las sociedades más estimuladas pueden volverse menos resistentes a la frustración. “Si uno no tiene metas ni proyectos, está condenado a la ansiedad y la frustración, porque no sabe para qué vive”, señaló. Por eso insiste en reintroducir el tiempo para pensar, escribir y reflexionar en la formación educativa.

En ese sentido, la especialista lamenta que las nuevas generaciones escriban menos a mano. Explica que la escritura activa regiones distintas del habla o la lectura, y que su pérdida afecta la expresión de la identidad. “Ya no se escribe: se deja que la inteligencia artificial lo haga por nosotros”, advirtió, subrayando el riesgo de depender de herramientas automáticas que sustituyen la creación personal.

El aula y la atención

En las aulas, el fenómeno se hace visible. María Guadalupe Ortiz, pedagoga y docente de tercer grado de primaria en el Estado de México, lo describe con claridad: “He notado que ha cambiado mucho la manera en que los alumnos logran concentrarse. Los percibo sobreestimulados. Cuesta trabajo que algo realmente les llame la atención, porque están acostumbrados a una gran cantidad de estímulos visuales y sonoros”.

La docente trabaja con 40 alumnos y observa una impaciencia generalizada. “Se frustran y también se aburren. Esta semana les puse una sopa de letras y noté que eso los desespera, porque quieren todo rápido. Buscan recompensas inmediatas y no tienen paciencia“. En su escuela, con recursos limitados, la tecnología se reduce a plastilinas y tarjetas didácticas. Aun así, dice, “la plastilina sí ayuda a mantener la atención, porque saben que, si terminan su trabajo, podrán jugar con ella”.

Con ingenio, la maestra ha implementado estrategias para fomentar la lectura: entrega pequeños “billetes” simbólicos que los alumnos pueden cambiar por libros. “Compré uno sobre un abuelo y un niño… varios me muestran con orgullo cuánto han avanzado”, cuenta. Asegura que el entusiasmo no depende solo de la tecnología, sino del contexto familiar y de la curiosidad que logre despertar la escuela.

Este tipo de incentivos, sin embargo, son cuestionados por la investigadora de la UNAM, quien considera que deben combinarse con estrategias que motiven desarrollar el placer intrínseco de aprender.

Leer en tiempos fragmentados

Las advertencias de Zhang encuentran eco en los estudios de la neurocientífica Maryanne Wolf, autora de Reader, Come Home: The Reading Brain in a Digital World (2018). Wolf advierte que el cerebro humano, al habituarse a la lectura en pantallas, podría estar debilitando los circuitos de la llamada “lectura profunda”, aquella que permite la inferencia, la empatía y la reflexión sostenida.

“La calidad de nuestra lectura no solo es un índice de la calidad de nuestro pensamiento, sino nuestro mejor camino hacia el desarrollo de nuevas rutas en la evolución cerebral de nuestra especie”, escribe Wolf.

Para ella, leer rápido no equivale a leer bien: “Estamos tan inundados de información que la persona promedio en Estados Unidos lee cada día la misma cantidad de palabras que contiene muchas novelas… pero esta forma de lectura rara vez es continua, sostenida o concentrada”.

Datos recientes respaldan su diagnóstico. En Estados Unidos, la lectura por placer cayó del 28% en 2003 al 16% en 2023, según análisis del American Time Use Survey. La OCDE, en su informe PISA 2022, registró un descenso general en comprensión lectora respecto a 2018, y la UNESCO calcula que 739 millones de adultos aún no saben leer ni escribir.

Reeducar el cerebro

La académica de la UNAM considera que, si bien el fenómeno es preocupante, no es irreversible. Recomienda que las instituciones educativas devuelvan tiempo a la reflexión y a la escritura. Recordó que en su infancia escribía todos los días un diario sobre lo que había hecho y cómo podía mejorar: “Era un excelente ejercicio”, dijo. Para ella, ese hábito entrena la resiliencia y fortalece las conexiones neuronales.

En su visión, la tecnología y la comodidad excesiva están erosionando la capacidad de disfrute genuino. Al comparar la vida moderna con épocas anteriores, señaló que el exceso de información multiplica las expectativas y reduce el placer real. “El placer está en expresarnos, en tener un proyecto y lograrlo”, afirmó.

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La doctora no descarta consecuencias más amplias: la pérdida de empatía, el debilitamiento de los valores y una sociedad cada vez más individualista y aislada. Aunque su tono es crítico, insiste en la posibilidad de cambio: el cerebro —dice— conserva siempre la capacidad de reorganizarse si se le ofrece el estímulo adecuado.

En el aula de la profesora Ortiz, un proyecto reciente de “feria de ciencias” intenta precisamente eso: devolver a los niños el hábito de investigar, leer y preguntar. “Les encanta experimentar, sentirse científicos. Quieren comprender”, dice.

La doctora Zhang lo resume con una convicción sencilla: “El placer real está en expresarnos, en crear, en servir. La felicidad no está en tenerlo todo sin esfuerzo, sino en contribuir al mundo. Si olvidamos eso, olvidamos lo que nos hace humanos”.

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