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Urgen a fortalecer búsqueda de activista trans en Oaxaca Indicadores financieros | Viernes 7 de noviembre de 2025

Por Ana E. Rosete

En un grupo de reporteros donde las reglas parecen claras —“no se pueden inducir a discusiones violentas, ni memes”—, un periodista, cuyo nombre no vale la pena mencionar, decidió burlarse del acoso que vivió la presidenta Claudia Sheinbaum. Lo hizo con ligereza, como si el hecho de que la primera mujer en ocupar la Presidencia de México haya sido violentada en un espacio público fuera un chiste o una anécdota para alimentar el morbo.

Pero lo verdaderamente alarmante no fue solo su comentario, sino la reacción —o más bien, la falta de ella— del resto. Cuando un compañero intentó poner un alto y recordarle al pseudo reportero que estaba hablando con una falta total de empatía y de respeto, fue censurado. ¿Lo irónico? el grupo se llama “Periodistas sin Censura”.

Así de claro: el que alzó la voz fue silenciado, y el que violentó, tolerado.

No abundaré en el sujeto en cuestión; no lo merece. Lo que sí preocupa es el silencio de quienes compartieron ese espacio virtual. Gente cercana a la presidenta, colegas, comunicadores, todos callados. Nadie la defendió, nadie mostró indignación, nadie se atrevió a decir “esto no está bien”. Ese silencio duele porque se siente cómplice, porque demuestra que aún hay quienes creen que el acoso solo importa cuando no se trata de una figura política, o cuando no les incomoda reconocerlo.

Lo que le sucedió a Claudia Sheinbaum no es un hecho aislado. Es el reflejo de lo que vivimos las mujeres todos los días en este país: los comentarios lascivos, los tocamientos no consentidos, la invasión constante de nuestro espacio personal. Y, sobre todo, la culpa que intentan imponernos después.

No, no fue una cortina de humo. No, no fue un montaje. Fue acoso, y punto. Y aunque sea presidenta, aunque tenga seguridad, aunque esté en el cargo más alto del país, nada justifica lo que vivió. Su espacio personal fue quebrantado, su integridad vulnerada, su dignidad puesta a debate por quienes siguen sin entender que ninguna mujer —sea quien sea— tiene la culpa de ser violentada.

Revictimizarla es repetir la violencia. Guardar silencio, también.

Porque si ni siquiera somos capaces de indignarnos cuando la presidenta de México es acosada, ¿qué nos queda al resto de las mujeres?

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