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La obra Frankenstein, escrita por Mary Shelley en 1818, ha impactado a la cultura popular desde hace casi 200 años pero es más que una obra de terror gótico que se ha adaptado muchas veces.

Orígen del monstruo

Las leyendas nacen entre leyendas y la noche del 17 de junio de 1816, comenzó a esbozarse una, la de Frankenstein, que tras una tarde de lluvia, recluyó a Mary Shelley, Lord Byron, Pollidori, Claire Clairmont y Percy Bysshe Shelley en una villa en Suiza y tras leer historias de terror fantásticas del romanticismo alemán, la celebre escritora inglesa, empezó a dar forma a lo que más tarde sería su obra más celebre.

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Sin embargo, Frankenstein o El Moderno Prometeo -nombre completo de la novela- no vio la luz hasta el 1818 y aunque con un éxito mesurado, debido a ser considerada “una más” de las obras góticas, no alcanzó una importancia notable hasta 1831, cuando este período literario culminó y Shelley pudo tener una segunda vida artística gracias a la profundidad de su creación que más allá de hablar de un monstruo habla de la humanidad, de los miedos de la misma en un ambiente filosófico de constante lucha moral.

Sobre la anécdota casi mítica de la villa, la autora comentó en su prólogo del 31 que buscaba lograr “Una historia que hablase de los misteriosos temores de nuestra propia naturaleza y que despertase el más intenso de los terrores, una historia que hiciese temer al lector mirar a su alrededor, que helase la sangre y acelerase los latidos del corazón”, de tal forma que configuró a un monstruo con todas estas particularidades propias de su época.

El moderno Prometeo y su mito ancestral

El subtítulo de la novela —El moderno Prometeo— no es casual: Mary Shelley quiso situar a su protagonista, Víctor Frankenstein, dentro de una tradición mítica que encarna la búsqueda del conocimiento prohibido y el castigo por desafiar los límites impuestos a los humanos. En ese sentido, Prometeo, en la mitología griega, es el titán que roba el fuego de los dioses para entregárselo a los hombres; un acto de compasión, pero también de desafío a Zeus, que lo condena a sufrir eternamente.

Del mismo modo, Frankenstein roba el “fuego” de los dioses modernos: el poder de crear vida, un acto que antes pertenecía solo a la divinidad. Shelley traduce el mito al lenguaje de la ciencia de su tiempo con la electricidad, la anatomía, la experimentación, y convierte la figura mítica del titán en un científico ilustrado, símbolo de la ambición racionalista y del deseo de dominar la naturaleza.

 

Dos monstruos, una obra

A lo largo de toda la obra atraviesa un dilema para el lector y es el de dar luz sobre quien es el verdadero monstruo, de tal forma que existen dos: Victor y su creación.

El terror visibiliza generalmente los miedos de las masas y en una época de prominencia científica, Víctor Frankenstein es un hombre que con su arrogancia intelectual juega a ser dios, a dar vida y también ser el origen del horror, pues al ver el resultado de su creación se espanta y la desprecia, configurando así el inicio del terror de dar vida sin responsabilidad, es decir, un monstruo ético.

Por otro lado, destaca la criatura, que nace como una tabula rasa, abierto al afecto y a conocer el mundo desde cero, pero tras recibir la espalda de su creador y de la sociedad por su feo aspecto, éste se torna violento, se convierte en asesino y finalmente en un ermitaño.

“Hice el bien y la desgracia fue mi recompensa”, es uno de los pasajes más destacables de la criatura que resaltan que su violencia tiene el génesis en el rechazo.

De tal manera que Frankenstein y la criatura son dos partes de un mismo monstruo, el humano.

La visión de Shelley

La autora propone que esta monstruosidad no es una cuestión de apariencia sino de los fallos de la sociedad, del abandono y la falta de empatía que configura monstruos, premisa que hasta nuestros días parece vigente en las sociedades.

Estas ideas rondaron por mucho tiempo la caabeza de Shelley y aunque menos conocidos, la autora escribió varios cuentos como El Mortal Inmortal, La Transformación y Roger Dodsworth, además una novela titulada El Último Hombre consideradas un conjunto de obrad “frankensteineanas” por los estudiosos de su obra, que aseguran que amplían la conversación sobre los temas abordadas en su obra de 1818.

La apariencia del monstruo

A lo largo de diferentes adaptaciones al cine, se han presentado varias propuestas de como luce la criatura creada por Victor Frankenstein; Mary Shelley la describe como una “figura grotesca y desproporcionada”, que tiene piel traslúcida que permite ver sus músculos, con más de dos metros de altura.

Pero es el aspecto de Boris Karloff en la cinta Frankenstein de 1931, producida por Universal Pictures y dirigida por James Whale, la imagen del monstruo verde la que ha inundado la cultura popular, aunque no se ve en el filme por ser blanco y negro, pero la producción maquilló de ese color al actor, para dar el tono enfermizo y cadavérico que buscaban.

Christopher Lee wanders onto the set of ‘The Curse of Frankesntein’ Hammer (1957) pic.twitter.com/0QXjyciQWQ

— Classic Horror Films (@HorrorHammer1) January 5, 2022

Del Toro y Frankenstein en la literatura

El séptimo arte ha eclipsado un poco la faceta literaria de Guillermo del Toro y aunque es muy famosa su creación The Strain, junto a Chuck Hoghan, el tapatío tuvo un acercamiento escrito en una edición española de la obra.

Se trata de Frankenstein anotado, que recopila todas las notas al pie de página hechas por Leslie S. Klinger, quien en la edición original en inglés, también incluyó un sin fin de ilustraciones de la edición original inglesa.

En este libro publicado por la editorial Akal, Guillermo del Toro cuenta su primer contacto con la obra de Shelley: “fue a través de las películas, como casi todos. Me maravilló Karloff y la creación de Whale”, escribe, pero también cuenta como fue su primer acercamiento a la obra. “Fue en mi adolescencia cuando encontré una edición de bolsillo”.

En su participación también relata que la historia de la criatura lo hizo llorar: “Lloré por el monstruo y admiré su sed de venganza. Me hablaba de las contradicciones esenciales del espíritu y del mundo. Y más allá de toda la tragedia, una idea demoledora para mí surgía: el villano de la obra era la vida. «Ser» era el castigo definitivo y la única bendición que recibimos. Y en ausencia del amor, era el Infierno”.

Del Toro y su visión del monstruo

El tapatío también se identifica con Frankenstein, según su texto, al sentirse un “extraño” con la sociedad que le rodeaba y describe con precisión a la obra como “la primera novela epistolar” que él leyó.

Finalmente deja en claro tener una gran concepción de la literatura y su historia, pues compara a Shelley con Goethe al decir: “parece tener un entendimiento innato de la arrogancia del conocimiento. Emplea la cirugía, el galvanismo y la química sólo para conceder una audiencia al solitario desgraciado que somos todos. La imposibilidad de la muerte es, para mí, la mayor de las tragedias para el monstruo: el hecho de que su creador le hiciera bien y le diera un cuerpo que aguanta a pesar suyo; su persona, su solitaria y desesperada persona”.

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