Tengo una propuesta impopular: que los diputados no vuelvan a trabajar de manera presencial.
Mi teoría es que ver un salón de plenos medio vacío nos evita la tentación de pensar que tenemos un Congreso medio lleno. Ver el desdén que los legisladores tienen por su única función quizá nos haga pensar dos veces el voto, el costo o la importancia de su papel a la hora de que vayamos a las urnas.
Lo digo porque no termino de saber qué actitud es más indignante. El desparpajo de atender una reunión por zoom, distraído con un partido de pádel, una reunión, el tráfico o cualquier cosa que los distrae (porque a la mayoría de los diputados algo los distrae) o verlos igual de distraídos en las curules. Dormidos, viendo partidos en las pantallas portátiles, mientras hay discusiones infinitas en tribuna con los oradores que se desgañitan para atraer la atención.
Un pleno de sesiones vacío es más impactante que uno lleno pero que tiene legisladores con nulo interés en lo que se discute.
Por ejemplo, la sesión de la comisión de presupuesto de la Cámara de Diputados donde solo uno de 58 diputados acudió de manera presencial. Aunque no es que necesariamente la presencia física de los legisladores garantice un buen desempeño, al menos tendríamos menos situaciones en las que se conectan desde un restaurante, o desde el asiento de conductor de un auto, donde es evidente que no leen las minutas, no entienden lo que se vota y simplemente pasan lista de manera automática por cumplir un requisito.
El vacío en los salones y en las mesas nos debería recordar el valor que nos dan como ciudadanos. Y nosotros deberíamos tomar nota de ese interés cuando vienen las campañas y, entonces sí, los vemos todos los días en casi cualquier barda, espectacular, poste o espacio vacío.
El valor de los legisladores no parece estar necesariamente en la función que los define: legislar. Sino en la capacidad de cabildeo o de arrastre en territorio.
Contar las asistencias no sé en realidad si nos resuelve un problema y probablemente ver las curules vacías nos permita tener una instantánea del valor de los legisladores para las elecciones siguientes, cuando vuelvan a pedir un voto para sí mismos o para otros. Quizá las curules vacías nos ayuden a recordar el hueco que nos dejan.
Desde nuestro voto quizá deberíamos hacer evaluaciones empezando por el pase de lista, para saber si los legisladores garantizaron la defensa de las iniciativas que de inicio prometieron.
Aunque también una cosa es ir físicamente y otra, lejana y distinta, es realmente trabajar. Porque la lista de iniciativas presentadas no necesariamente es una garantía de iniciativas presentadas, aprobadas o leídas.
Tan solo en lo que va del periodo de sesiones actual se han presentado 169 iniciativas. De esas más de una ha sido presentada por los mismos legisladores. Del resto no sabríamos nada de no ser por escándalos de baile, de desvíos, de sus malas evaluaciones como exgobernadores.
Y aquí viene la duda genuina ahora, ¿cómo hacemos para decir que notamos su ausencia?
@Micmoya
