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La oposición no hace su trabajo. En la Cámara de Diputados no está, por ejemplo. No la encontramos (no con fuerza, al menos) ni durante ni después del partido de pádel que el legislador Cuauhtémoc Blanco, quien tampoco trabajó, prefirió jugar en vez de atender una reunión de la Comisión de Presupuesto cuando se discutía la Ley de Aguas Nacionales.

Yo aseguro que no está porque el escándalo no se detonó por una denuncia de quienes estuvieron en la sesión para descontar el día al diputado o al menos pedir respeto para quienes sí estaban trabajando en horas laborales.

Tampoco estuvo después porque las sanciones vinieron de la misma bancada de Morena, que fue quien puso a los diputados de su partido frente a sus curules después de mandar una carta para ordenar que asistieran a las sesiones.

El costo político de la informalidad (por decir lo menos) del legislador Cuauhtémoc Blanco, fue bajísimo. Además hay que anotar que el escándalo sobre que decidió agendar un partido en horas laborales me parece lo menos grave del personaje, pero es lo más reciente.

Hace poco, en conversaciones informales con integrantes de los partidos opositores, más de uno dijo que por menos de cualquier escándalo que han tenido los integrantes de la 4T en los medios nacionales o locales, más de un funcionario ya había sido cancelado, multado, sancionado y expulsado de la vida pública.

Tienen razón, pero también tienen toda la culpa. Los priistas que quedan y los panistas reinventados son los que dejan pasar las faltas, quizá en parte porque ellos también tienen esqueletos en el clóset o porque la réplica es difícil de sostener sin salir con moretones.

Pero, ¿no se supone que eso es parte de su trabajo? ¿No se supone que deberían enfrentar al régimen, aguantar investigaciones y el peso del gobierno? O al menos, hacer que el costo político de no estar presente en las sesiones sea alto.

Porque una oposición que juega a ser comparsa, que dice que critica pero que no empuja agendas para que se investiguen a fondo los desvíos presupuestales —porque también tiene expedientes por construcciones irregulares o por un mal uso de los recursos públicos— no nos sirve de nada.

Más nos valdría que no hubiera ninguna porque al menos evidenciaría la aplanadora en todo su esplendor, sin esa simulación de que hay voces disidentes.

Y aquí la duda genuina: ¿será que la oposición ya no quiere gobernar?

Hay algo de sencillo de mantener una pantalla en la que parece que se quiere llegar y no se llega, pero se vive del presupuesto. Entonces desde una curul o desde el financiamiento del partido se hacen críticas sin mucha estridencia y se puede regresar a casa cómodo sin tener el peso o el compromiso de remediar los daños por inundaciones, remediar el abasto de medicinas o cualquier otra cosa que implique una buena parte del tiempo.

En cierta medida, la oposición últimamente hace lo mismo que Cuauhtémoc Blanco y solo pide que le marquen asistencia.

 

    @Micmoya

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