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Desde 2009, con la publicación de La virgen cabeza (Eterna Cadencia), Gabriela Cabezón Cámara (San Isidro, 1968) comenzó a labrar su camino en la literatura iberoamericana. Quizá haya sido antes, con la publicación del relato La hermana Cleopatra, pero, para detenernos desde entonces, habría que contar otra historia.

Ocho años más tarde vino (otro) punto de inflexión. Se publicó, en 2017, Las aventuras de la China Iron (Literatura Random House), otrora representante moderno de la literatura gauchesca que reinterpreta el Martín Fierro de José Hernández con la China como protagonista.

Luego, seis años después, vino su “contraconsquista”: Las niñas del  naranjel (Literatura Random House), una novela histórica que repasa desde las entrañas la vida de Catalina de Erauso o la Monja Alférez o Antonio; o bien, en resumidas cuentas, un ejercicio de reposición de la memoria.  

La escritora argentina ha concedido a 24 HORAS una entrevista algunos meses después de haber recogido el Premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz por Las niñas del naranjel (Literatura Random House,2023) en la última edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Es que ha regresado a México por unos días.

Está sentada en un sofá color naranja que contrasta con su vestimenta monocromática, siempre decantada por el color negro expresa la misma calma de cada ocasión; aunque, es verdad: ese peinado lyncheano puede confundirnos momentáneamente. Sostiene un café entre sus manos; a ratos recuerda beber de él. Sin embargo, su atención parece estar puesta en escuchar, pensar aquello que oye, y quizá luego responder. Uno puede percibir en las palabras de la autora argentina sus preocupaciones.

Contradicción

“Yo no estoy tan segura de que a las personas no les interese la naturaleza”, asevera pronto la argentina ante el cuestionamiento sobre el real interés que las personas sienten por la naturaleza. “No interesa mucho, pero la forma en que está organizada la vida, el trabajo, nos sustrae de la posibilidad de estar en la naturaleza, no nos deja tiempo, nos amontona en ciudades gigantescas”.

“¿Por qué la selva? Porque es un lugar en el que a mí me resulta más fácil de ver cómo la vida es un tejido. La vida no es la vida mía o tuya o del yaguar o de la cucaracha, es la vida de la tierra, y cada uno de nosotros somos formitas, como aventuritas de esa vida que es la vida del planeta”, reflexiona sobre la elección de situar esta historia en la selva, alejada en cierta forma de la mirada antropocéntrica.

Origen

Cabezón Cámara, actual finalista del National Book Award, recuerda con cariño la selva paranense donde no sólo ocurre Las niñas del naranjel, sino donde también concluye Las aventuras de la China Iron.

“Había quedado enamorada de ese lugar, con la cabeza ahí. (Entonces) sucedieron incendios que ahora suceden todo el tiempo, pero empezaron a suceder de una manera gigantesca: en Australia, en la Amazonía, en mi país, ¡había todo el tiempo tremendos incendios! 

“Es muy espantoso, porque son provodados, en general, para hacer negocios inmobiliarios, para hacer ganadería… Y toda esa muerte nos está matando a nosotros también, y aparte es muy cruel: nos quita belleza, nos quita aire, nos quita agua. Y el aire y el agua se nos están complicando, y no vamos a poder vivir sin agua limpia y sin aire limpio”, reflexiona consternada.

Me había quedado con la cabeza ahí”, retoma tras su preocupación. “En esa belleza y en este fuego, las causas del fuego, que son las mismas que fueron las causas del enorme genocidio que fue la conquista, un genocidio tan enorme que tuvo huellas geológicas.

“Y lo que nos lleva a hacer zona de sacrificio, a que sea en nuestros territorios de donde se saca el litio… (porque) entonces para sacar el litio revientan toda el agua que hay en lugares donde no va haber (agua) nueva, hagan fracking, revienten las napas de agua de territorios enormes, monocultivo, minería en general, plataformas petroleras off shore, o sea, están matando todo lo que es la vida en general y del Sur Global en particular más. Estoy con esa preocupación”, cuenta, por un lado.

“Por otro lado, a mí me gustan mucho las historias de aventuras y la vida de la monja Alférez es una historia con muchas aventuras. Y siempre me pregunto, en estos escenarios de crueldad, cómo hacemos para sentir un poco de alegría, cómo hacemos con la ternura, y la ternura ¿puede transformarnos?, el ejercicio de la ternura ¿hasta dónde nos puede llevar?

“Y por otra parte, otra pregunta que tengo es: la cultura de occidente, en la que todos nosotros fuimos formados, nos está llevando al abismo como especie humana como muchas otras formas de vida compleja de la tierra, está en un borde abismal… Si esto sigue así, si no se para, en muy poco tiempo enormes partes de la humanidad van a morir. Entonces tenía todas estas cuestiones y se me ocurrió que a través de la vida de la monja Alférez yo podía contar algo de esto.

“Contarlo mucho con belleza, trabajando mucho la lengua y divirtiéndome. No puedo contar una historia, o no he podido hasta ahora, contar una historia contemporánea de extraactivismo, de los genocidios y las barbaridades que hace el norte global con nosotros porque me da tanto odio y tanto dolor que no puedo escribirlo”, espeta.

Paréntesis reflexivo entre selvas y preocupaciones

(En la respuesta anterior me olvidé de una parte: cuando decía que la cultura de occidente nos está llevando al muere, nos mutiló, nos exilió de la vida de la tierra para hacernos creer que somos otra cosa, para que la pasemos mal. A ver cómo vivimos en este mundo si alguien corta la canilla de ansiolíticos o con todas las formas que puedan tener, con todas las maneras con las que nos calmamos. Porque es horrible, necesitamos eso. En cambio, yo encuentro que en las culturas amerindias hay una manera de ver el mundo y de vivir el mundo, una filosofía y una práctica vital, que permite vivir en la tierra sin que la tierra se acabe, sin matar a la tierra, una forma no parasitaria. 

Y nos han vendido en todos estos siglos que la razón es de occidente, de Europa, del norte global, y la verdad es que pensar que es razonable reventar la vida de la tierra y con eso la nuestra para seguir produciendo pavadas que nadie necesita, para que diez megamillonarios sean más megamillonarios, yo no lo encuentro muy razonable. Me parece que es más razonable, más interesante y más hermosa la mirada del mundo y la práctica de vida amerindia. También quería pensar un poco sobre eso, explorarlo.)

Escritura

Quizá optando por salir, o no, de la abrumadora realidad que nos mantiene asidos a estas tierras, Gabriela Cabezón Cámara construye un imaginario lúcido sobre la escritura y aquello que emerge de ella:

“Fijáte que, me parece a mí que, lo más interesante de la escritura… La escritura es como algo, un imaginario colectivo, como un río volador (…), algo que nos atraviesa a todos, es algo que respiramos y que hacemos entre todos.

“Los escritores y las escritoras lo que hacemos es como ponernos a disposición de que eso nos atraviese, pero lo que está saliendo es colectivo. Mientra escribimos, algo de ello cae un poco y aparecen cosas que en otro estado que no es el de la escritura no se te hubieran ocurrido nunca, porque no son tuyas, te están atravesando, son de todos.

“Es el mundo el que está pensando, no es cada uno de nosotros, y tal vez, como somos carne de la carne de la tierra, también, lo que en ese imaginario colectivo nos está atravesando, son las voces de los animales, de las montañas, de los ríos, de la tierra misma”, espeta.

Personajes

Sin preámbulo alguno Gabriela Cabezón Cámara confiesa que la escritura de los personajes fue un lío que le llevó su tiempo; sin embargo, como ella misma afirma, “este libro necesitaba eso, necesitaba distintas músicas, distintas voces y el libro necesitaba que esas distintas música y voces armaran una especie de concierto, entre todas, con sus contrapuntos y diferencias”.

“Fue un gran esfuerzo tratar de sentir una música distinta para cada voz. A mí me parece que la escritura es una música, también, y me gusta que lo que yo hago sea como una música, una musiquita que te va llevando”, asevera.

Libertad, otro paréntesis 

(Cuando tomás un personaje, lo que ese personaje es, es. Para mí no es una cuestión que un personaje sea trans, me parece bárbaro, todo bien, como si no es trans. Me parece que así debería ser: por qué no dejamos vivir en paz a la gente, qué te molesta. Hay lugar para todas, hay amor para todas, por qué tienes que odiar así, no lo puedo entender. Hay amor para todas. Es rarísimo, no lo puedo entender.)

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