En México, el hilo y la aguja son históricamente símbolos de lo femenino. Durante siglos, los oficios de bordado y tejido se transmiten mayormente de madre a hija, de abuela a nieta, guardando entre sus puntadas las memorias, los colores y las identidades de los pueblos. Sin embargo, hoy esa tradición también se deposita en manos masculinas que, entre prejuicios y estigmas, han encontrado en este arte una forma de vida y de expresión.
Aunque los oficios textiles son un terreno dominado por mujeres, cada vez más hombres reivindican su lugar en estos espacios creativos. En algunos casos, lo hacen en silencio; en otros, con orgullo, pese a los juicios que todavía pesan sobre ellos.
“En muchas comunidades, los hombres que bordan lo hacen en secreto, porque todavía hay mucho machismo”, explicó María Elisa Chavarrea Chim, directora de Patrimonio de la Secretaría de la Cultura y las Artes (Sedeculta) de Yucatán.
La funcionaria contó a este medio que, durante el proceso de elaboración del Manual de Bordado Maya, se detectó la participación de cerca de 100 varones de 12 municipios del estado, quienes se sumaron voluntariamente a los talleres sobre masculinidades y técnicas artesanales.
“Algunos sentían vergüenza de decir que bordan, porque es visto como un trabajo de mujeres. Decirlo podía hacer que los catalogaran de una forma que no querían enfrentar”, señaló Chavarrea.
Asumen la labor con orgullo
Pese a ello, añadió, la situación ha comenzado a cambiar: “Ya hay hombres que lo asumen con orgullo; y lo más importante, han entendido que no hay oficios con género, que todos los trabajos tienen valor y que el arte textil también es un sustento digno para sus familias”.
Esta evolución, explicó, se impulsó desde las comunidades mismas y acompañado por instituciones como la Unesco, el Icatey y la Sedeculta, a través de procesos de certificación y capacitación.
“Lo que buscamos es reconocer el valor cultural y económico del bordado, sin importar quién lo ejecute”, expresó.
Una vida entrelazada con hilos
Jaime Ferreira Medina, conocido como Puki, originario de Michoacán, tiene en el tejido una forma de vida. Su historia no proviene de una tradición heredada, sino de una búsqueda personal.
“Yo no vengo de una familia de artesanos. Mi papá era mecánico, muy estricto; y en mi casa había mucha violencia. Me salí a los 17 años y cuando llegué a Morelia sentí la necesidad de aprender un oficio, algo que me conectara con la cultura”, recordó.
Juan Manuel Contreras
Fue así como conoció a una artesana llamada Esperanza Valencia, quien le enseñó a tejer en telar de cintura. A partir de ese momento, su vida se entrelazó con los hilos: “mis primeros rebozos salieron con ella, y luego seguí aprendiendo hasta encontrar mi propio estilo”.
Puki se especializa en los rebozos de jaspe, una técnica tradicional que se conserva principalmente en Michoacán, Guanajuato, San Luis Potosí y el Estado de México. Su trabajo lo ha llevado a exposiciones nacionales y concursos artesanales, pero detrás de ese reconocimiento hay una reflexión sobre los prejuicios y desigualdades que persisten.
“Hay que decirlo claro: los prejuicios no se han ido. En muchas comunidades, que un hombre teja o borde es mal visto. Lo hacen escondidos, ayudando a sus esposas o a sus tías, porque necesitan el ingreso, pero no lo dicen abiertamente”, precisó Ferreira.
El tejedor reconoció que, en los pueblos purépechas de Michoacán, su labor se considera femenina.
“Sí un hombre teje, lo ven con rareza. Pero la necesidad económica ha hecho que algunos se involucren, sobre todo para ayudar a sus familias. No porque se hayan acabado los prejuicios, sino porque la vida ya no alcanza”, dijo.