El arte de elegir cómo vivir
A lo largo de la historia, el ser humano ha oscilado entre dos formas de habitar el mundo, la nómada y la sedentaria.
Cada una representa una manera distinta de relacionarse con la vida, con el tiempo y con el sentido de pertenencia. Me encuentro en medio de una sociedad que nos invita constantemente a movernos, a reinventarnos y a buscar nuevas experiencias.
Vivir una etapa nómada es más que una circunstancia, es una decisión interior, ser nómada no implica únicamente desplazarse físicamente, es una forma de estar en el mundo en movimiento y abierta al cambio, al aprendizaje y a la transformación.
El nomadismo es una búsqueda constante de significado de identidad de un lugar que no siempre es geográfico, sino emocional o espiritual. En la vida nómada, uno aprende a soltar, a mirar el horizonte como posibilidad y no como límite.
Por otro lado, la vida sedentaria representa la estabilidad, el arraigo con la construcción paciente de un espacio propio, es la etapa donde se siembra, se cuida y se cosecha, en ella se encuentra la calma que da la presente pertenencia, la seguridad de un punto de referencia desde donde mirar el mundo.
El momento que atravieso hoy lo describo como en tránsito de sedentaria a nómada explorando nuevas rutas, desprendiéndome de las estructuras conocidas para dejar que la vida me sorprenda.
No se trata de huir, sino de comprender, de entender que a veces el movimiento es necesario para reencontrarse con la esencia, esa esencia con la que nací y que viví como algo natural experimentando cambios de casa y de ciudad trece veces en treinta años, luego decidí elegir la vida sedentaria durante veinticinco años en un mismo lugar buscando estabilidad y seguridad para mis hijas.
Ahora toca regresar a lo que me hace sentido, y escuchar la voz interior que a menudo se silencia entre rutina y certeza, ser nómada, es estar en la búsqueda, es caminar hacia adentro mientras el mundo gira afuera. Es aceptar que la identidad no siempre está en un lugar fijo sino en el viaje mismo.
Y en este punto del camino me descubro liviana, aprendiendo a viajar con menos peso y más conciencia. Siento que cada paso, cada pausa y cada cambio de rumbo me acerca un poco más a mí misma.
Quizás algún día vuelva a detenerme y echar raíces, pero ahora en este presente me abrazo en el cambio y lo vivo con ilusión, es un privilegio haber vivido estas dos posibilidades que me dio la vida, porque hoy tengo fundamentos para elegir cómo quiero vivir en este momento:
Con cariño: Marcela.
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FB: Marcela de los Ríos