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Por Eduardo López Betancourt

Desplazan el nombre real

Los apodos o sobrenombres constituyen un sustituto del nombre de las personas. Muchas veces son los propios individuos quienes los propician. Dentro de la familia surgen formas cariñosas que, en la práctica, llegan incluso a desplazar al nombre real. Ejemplos comunes son “la Chiquis”, “la Nena”, “el Guapo”, “la Gorda”. Estos, sin duda, podemos considerarlos afectuosos o tiernos, aunque también existen sobrenombres ofensivos y hasta crueles.

A lo largo de la historia política y social de México abundan los casos. Un presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, alto y delgado recibió el mote de el “alto vacío”. A un perverso Fiscal le apodan “la Güera”. El exgobernador de Veracruz, Fernando López Arias, quien tenía un defecto en la boca, era llamado por sus paisanos “boca chula”. A Gustavo Díaz Ordaz, “Tribilín; Adolfo Ruiz Cortines fue conocido como el “Viejo” o “Fito”.

En tiempos recientes, la picardía mexicana bautizó al presidente estadounidense Donald Trump como “la boca de chupón”. También se recuerda al antiguo líder Rómulo Sánchez Mireles, apodado “el Colorado”. Adolfo López Mateos fue llamado “Adolfo López paseos”; Lázaro Cárdenas, “el Tata”. Hubo otros apodos muy gráficos, como “el cinco uñas” para el Maestro Don Pancho Hernández Hernández, a quien le faltaba una mano; “el hombre de acero” para quien es bajo de estatura.

En este mismo tono abundan los sobrenombres inspirados en animales. A quien renguea de un pie se le llama “la Gallina” y se bromea que por qué cada paso que da pone un huevo. Otro ejemplo es “la Marrana Parada” a quien fuera Director de la Facultad de Derecho de la UNAM y mostraba unos prominentes pectorales y una gordura mórbida. Al exmandatario Andrés Manuel López Obrador ha recibido apodos como “el pejelagarto” o “cabecita de algodón”. En el ámbito deportivo, a Lionel Messi, “la Pulga”; Raúl “el ratón” Macías.

Entre los delincuentes también abundan los apodos, generalmente ligados a defectos físicos o al lugar de origen: “Chucho el Roto”, “la Barbie”, “el Chapo Guzmán”, o “el Señor de los Cielos”.

El mundo artístico tampoco se queda atrás: “el Gordo y el Flaco” hicieron historia en el cine; María Félix fue “la Doña”; Xavier López se inmortalizó como “Chabelo”; Beto “el Boticario” marcó época en la televisión. En la música recordamos a Emilio Tuero “el barítono de Argel, Pedro Vargas, “el Samurái de la Canción”.

En conclusión, el apodo puede ser motivo de orgullo o de burla. A veces resulta grato para quien lo lleva; en otras ocasiones se convierte en un instrumento para ridiculizar o lastimar. Lo cierto es que, en todos los ámbitos sociales y culturales, los apodos, sobrenombres o motes, son cotidianos.

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