La confrontación entre Estados Unidos y Venezuela ha escalado a un terreno donde
pesan más las percepciones que los hechos. La Casa Blanca confirmó que Donald
Trump rechazó la carta enviada por Nicolás Maduro a inicios de septiembre, en la
que pedía “preservar la paz con diálogo y entendimiento en todo el hemisferio”.
La vocera Karoline Leavitt descartó el gesto al señalar que estaba “plagado de
mentiras” y que Washington mantiene intacta su postura: Maduro es considerado
ilegítimo y acusado de encabezar el Cártel de los Soles.
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El rechazo al diálogo se acompaña de un despliegue militar inédito en décadas:
ocho buques de guerra, un submarino nuclear y aviones F-35 en el Caribe. A esa
presión material el inquilino de la Casa Blanca suma mensajes diseñados para
intimidar y ridiculizar al chavismo.
“La ira de Dios caerá sobre ti como un trueno”, advirtió en un discurso, mientras en
su red Truth Social calificaba a las milicias bolivarianas como una “amenaza muy
seria” y difundía videos de sus entrenamientos en tono burlesco.
El senador republicano Mario Díaz-Balart llevó la retórica al extremo al decir que
Maduro solo tiene tres salidas: huir, terminar como Manuel Noriega en una cárcel
estadounidense o “ser reducido a polvo en una bolsa de plástico”.
Analistas destacan que estas frases son parte de una ofensiva psicológica que
busca intimidar y humillar. De acuerdo a un artículo de Martin Libicki, de RAND
Corporation, la guerra psicológica no pretende destruir físicamente al enemigo, sino
convencerlo de que su derrota es inevitable.
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Caracas reconoce esa dimensión y responde con actos masivos. Maduro aparece
rodeado de soldados y milicianos, mientras el ministro de Defensa, Vladimir Padrino,
asegura que el país está en “máxima preparación”. Cifras oficiales indican que 8.2
millones de civiles participan en entrenamientos.
Respuesta. Frente a la presión de Washington, Caracas responde con actos que
buscan demostrar fuerza y la afirmación de que se encuentran en preparación