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En política internacional, los errores de cálculo suelen pagarse caro. Y hoy en día, EU parece empeñado en multiplicarlos; pues mientras buena parte de los republicanos y exfuncionarios de seguridad nacional ven en China una amenaza existencial, Trump insiste en reducirla a la categoría de rival comercial. Esa mirada miope no es un matiz menor. De ella se desprenden decisiones que erosionan la ventaja estratégica estadounidense y abren espacios que Pekín sabe aprovechar.

Un ejemplo es el relajamiento de los controles a la exportación de semiconductores avanzados. Con esa medida, Trump entregó a China un empuje decisivo en la carrera de la inteligencia artificial a cambio de beneficios contables inmediatos. Como se ve es la lógica empresarial, más no la lógica de seguridad nacional la que se impone en la Casa Blanca. Y algo similar ocurre con Tik Tok: pese a que el Congreso había ordenado su venta forzosa por razones de seguridad, el Presidente concedió prórrogas sucesivas y ahora busca un arreglo cosmético.

Pero donde los costos son más altos es en la política hacia India. Durante años, demócratas y republicanos coincidieron en fortalecer una alianza estratégica con Nueva Delhi para contener la expansión de China en el Indo-Pacífico. Con Biden, esa relación alcanzó un punto histórico: cooperación en defensa, energía nuclear y tecnología.

Con Trump, en cambio, se ha reducido a malentendidos, desplantes y aranceles. La secuencia es clara: el Presidente se atribuyó un cese al fuego en Cachemira que India niega; después castigó con tarifas a Nueva Delhi por negarse a abrir su mercado agrícola; y finalmente ha premiado a Pakistán con acuerdos comerciales y gestos diplomáticos, a pesar de que Islamabad se acerca cada vez más a Pekín.

El resultado deja mucho que desear: Trump deteriora la relación con India, irrita a Japón y Corea del Sur, y al mismo tiempo minimiza el riesgo de un eje Pekín-Moscú que hoy se fortalece como nunca. Mientras tanto, China acelera la construcción de una arquitectura financiera alternativa: más del 30% de su comercio ya se liquida en yuanes; los bancos estatales amplían líneas de swap con decenas de países; CIPS, su sistema paralelo a Swift, multiplica transacciones; y sus bonos ganan terreno como instrumentos de financiamiento. No se trata todavía de destronar al dólar, pero sí de erosionar su hegemonía en un momento en que la confianza global en la divisa estadounidense flaquea por los déficits fiscales y las políticas erráticas de Washington.

Es por eso que Trump, lejos de fortalecer la posición estratégica de su país, de pronto actúa como su principal saboteador. Al privilegiar la foto con Xi Jinping o el aplauso por un supuesto Nobel de la Paz, sacrifica alianzas vitales y minimiza los riesgos de un orden internacional que se desplaza. Mientras que China juega a largo plazo, construye instituciones paralelas, afianza su moneda y multiplica socios. EU, con Trump, parece jugar a la improvisación. Y en esa partida, la erosión no es de China: es de la influencia global estadounidense.

 

Consultor y profesor universitario
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