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Por Ricardo Sevilla

Defender a Agustín de Iturbide, desde cualquier ángulo, es un despropósito. Y una estupidez.

Iturbide es el sujeto que, tras pactar con Vicente Guerrero en el Abrazo de Acatempan, logró la consumación de la Independencia.

Y por eso, los conservadores han querido escribir sobre él una hagiografía.

Sin embargo, hay que tener dos dedos de frente para exaltar ese hecho y pensar que Iturbide tiene vida de santo.

Seamos serios: el Plan de Iguala no contemplaba una república, sino una monarquía constitucional que llevó a Iturbide a autoproclamarse emperador.

Y esa loca hazaña lo llevó al despeñadero.

De hecho, su reinado, el Primer Imperio Mexicano, duró menos de un año (1822-1823) y terminó con su abdicación y exilio.

¿Y esto qué quiere decir? Que ni en sueños (ni pesadillas) Iturbide podria estar por encima de los héroes y heroínas de la independencia. Que haya locos y despistados que lo pienses, eso ya es otro boleto.

Lamentablemente, Aguilar Camín, quien ha pretendido defenderlo a capa y espada, ha querido colocarlo, incluso, por encima de Miguel Hidalgo.

Y eso precisamente es lo que ha provocado que la presidenta Sheinbaum haya salido a criticar fuertemente al dueño de la revista Nexos.

Y tiene razón.

Iturbide fue un tipo que, habiendo sido parte del régimen colonial, terminó beneficiándose de la lucha insurgente para ascender al poder y traicionar los ideales republicanos.

La presidenta Sheinbaum le tumba los dientes, metafóricamente hablando, a Aguilar cuando defiende la figura de Hidalgo al resaltar la decisión de no tomar la Ciudad de México en 1810 para evitar un baño de sangre,

El loquillo Héctor Aguilar debería saber que la historia no se reescribe para acomodar agendas.

El amigo de Enrique Krauze y Salinas de Gortari representa una corriente intelectual que busca banalidad y reducir la historia oficial de héroes y villanos.

Este sujeto es, simple y sencillamente, un incongruente.

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