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Querétaro, Querétaro.- Hablar de literatura chilena (y latinoamericana) contemporánea es motivo suficiente para que a la conversación brote el nombre de Paulina Flores (Santiago, 1988). Lo es, quizá, desde que en 2016 publicó Que vergüenza (Seix Barral), libro con el que ganó, entre otros premios, el Roberto Bolaño.

No es por los premios literarios, sin embargo, que la chilena logró notoriedad, sino porque con su literatura logró colarse por las fracturas que a su paso dejó un movimiento entonces incapaz de retratar a los adultos jóvenes, de expresar sus sentires, de intentar comprenderlos sin juzgarlos o apostar por formas de narrar que apelen de otros modos a las lectoras.

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“Laura se suicida en unas horas y voy atrasada a nuestra última cita. Soy lo peor. Pésima de verdad”. Es con esa honestidad brutal que comienza La próxima vez que te vea, te mato (Anagrama). Es con esa honestidad brutal que nos sentamos a conversar en una terraza en el Centro Histórico de Querétaro, aprovechando la visita de la novelista chilena a México.

“Perdona”, me dice con una galleta entre las manos y un café caliente a la orilla de la mesa, “no pude tomar desayuno”. Antes de dar un sorbo a mi café interrumpí lo que quiero adivinar eran las razones de su ayuno diciendo que no pasaba nada. En cambio, me contó sobre su llegada a la Ciudad de México y su posterior traslado para sus actividades en el Hay Festival Querétaro 2025.

Habitar las contradicciones

“Siempre me ha interesado mucho cuando los personajes toman decisiones morales, donde tienen que decidir algo importante, decidir a favor suyo, en contra suyo. Esos momentos cuando aparecen ciertas dudas, mezquindades, traumas, egos, etcétera, etcétera. No sé por qué me atraen mucho, como que… son entretenidos de trabajar narrativamente”, cuenta con completa sinceridad acerca de estos personajes que son “tocados por el diablo”.

“Suelo trabajar con personajes que son contradictorios, que no son ni héroes ni víctimas. Javiera no es ni una heroína ni una víctima: quieres ser una villana. No sé muy bien por qué, en el caso de esta última novela, creo que estoy muy influida por la Patricia Highsmith”, continúa. 

Confiesa no saber “hasta qué punto la identificación es algo que de verdad me interese en la literatura”. “Ahora todo se trata de eso, ¿no?, de identificarse. Como el meme: sí soy, sí soy, sí soy. Creo que la literatura tiene este momento tan íntimo, tan secreto, entre la autora y el lector, en el cual podemos decir: sí soy, pero a unos lugares muy oscuros, que no diríamos como a nuestros amigos, y eso quizá me interesa”, reflexiona.

Personajes, espejo incómodo

Los personajes de los cuentos y las novelas de la autora chilena son algo más que complejos. No por su construcción, sino por su humanidad. Apuntaba, en el transcurso de la conversación, algo acerca de “buenos y malos”, pero la también autora de Isla Decepción tuvo a bien interrumpirme para preguntarme: “¿qué es ser bueno y qué ser malo?”.

“Yo quería igual hablar un poco de eso una novela porque me prece que el mundo funciona así: estos son los tontos, estos son los malos; nosotros somos los inteligentes, nosotros somos los buenos, los que no votamos por Trump, y los otros son tontos y malos. No sé si funciona así, o esa forma de pensar que en uno no hay oscuridad, no hay maldad y no hay estupidez, es iluso. 

“Creer que uno lo sabe todo y es perfecto, es la ilusión máxima. Por ese tipo de cosas terminan cayendo los héroes en todas las novelas y todas las tragedias. Quería decir eso, como, ¿no será mejor aceptar la propia estupidez? ¡Además hay gente brillante! ¡Nietzsche mismo! Tenía una inteligencia para algunas cosas y, qué sé yo, para el ámbito sentimental era absolutamente bruto”, cuenta.

Universalidad en tiempos modernos

Las realidades gritan, en todo su esplendor, la rotura de los límites previamente establecidos. Nada parece ya conocer fronteras. La proxima vez que te vea, te mato es, o pueder ser, el dibujo inexacto, disfuncional y verosímil de cómo Paulina Flores observa esta particularidad con la que conviven los seres humanos.

“Hay una sensación de precariedad que está en todos lados, desde los jubilados hasta  los milenial de 40 o 30 años, ¿no? Como que hay esta sensación de fugacidad, no sé si de pesimismo, pero de cansancio, de estar exhaustos, de tensión, que es como, para todos.

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“Me gusta cada vez menos pensar a nivel generacional (centenial, milenial, etcétera), porque siento que antes no hablábamos así, y ahora lo tenemos muy integrado en nuestro vocabulario”, expresa Paulina con un sentimiento parecido a la abrumación.

“Todas esas etiquetas vienen de la publicidad y son recientes y no las usábamos (…). O sea, todo ahora pasa…”, se interrumpe, “Esas etiquetas (sirven) para ver a qué público nos vamos a dirigir, ¡ahora todo se trata de ver a qué público nos vamos a dirigir!, todo se trata de vender algo”, expresa con cierto hastío.

La próxima vez que te vea, te mato, sistema

Es probable que la pregunta que llevó a la respuesta de Paulina Flores que replico a continuación haya querido ir por otro lado. Pero así son las conversaciones. Sucede que, en el momento, como la Javiera, me sentí “como quien recuerda las tablas de multiplicar, con desvergüenza de influencer”. Ella, la autora, por su parte, contraria a su personaje principal, que cerca del final de la novela se confiesa “sumisa en el amor, el arte y el capitalismo”, como alguien que “las órdenes de la millonaria”, la novelista chilena soltó la siguiente reflexión:

“Yo sospecho porque me parece que yo misma, cuando era niña, sentía que era una vieja-chica. Siento que eso es algo muy capitalista, que nos están obligando a utilizar y a pensar a través de esas etiquetas de vender algo a alguien y lo único que estás haciendo es desconfiar del que tiene diez años menos, que no es tanto. Ahora todo vemos a los centenials como una gente que no baila pegao, como en esta serie que están locos por internet, y no sé qué, como gente demencial.

“Sólo genera miedo y distancia entre gente que debería comunicarse y hablar y conversar, transmitir experiencia. Decir, mira, a mí me pasó esto, a lo mejor a ti te va a pasar similar, o no, como compartamos: la idea de la narrativa como transmisión de experiencia benjaminiana.

“Pese a eso, claro, (el libro) habla sobre una chica que tiene 30 y se siente como adolescente, entre otras cosas, porque no tiene un trabajo, como ella dice, ni estable ni bien remunerado: no puede vivir sola, no puede pagar el piso en el que vive sola. Tiene como un ánimo muy adolescente, muy juvenil. 

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“Entonces, por un lado, ella dice: por un lado, esta es una forma de vencer al cinismo, de vencer no creer en nada, mantenerse fresh, joven. Y, al mismo tiempo, yo me pregunto: Javiera o ese modelo, de persona treintañera sin nada, también, nuevamente como funcional para el sistema. 

“En el fondo el sistema capitalista necesita gente que no tenga un sueldo bueno, ni un contrato fijo, que viva con roomates para que sean becarios permanentes, para que sean baratos para siempre, para todas las empresas, para que no les puedan pagar algo para que digan, bueno, ahora puedo tener un hogar.

Hasta qué punto son adolescentes porque quieren y hasta qué punto son funcionales para un sistema que los necesita baratos”, finalizó. Un poco sin aire. Es un tema que aqueja su sentir, parece ser. Las galletas, por un momento, quedaron olvidadas, y el café, es verdad, estaba un poco más frío.

La conversación no terminó entonces, pero el teléfono, sorpresivamente, dejó de grabar. Decido emular, nuevamente, a la Javiera y así terminar.: Yo no regreso. No sabría cómo. Antes dejo en ridículo a mi corazón. Siembro el camino de engaños y trampas hasta que ya no quede ningún rastro confiable para seguir.

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