El pasado 1 de septiembre quedará grabado por muchos años en la memoria colectiva de México, como un parteaguas en la vida nacional. Dos hechos, distintos en su naturaleza, pero unidos en su significado, mostraron que la transformación de nuestro país es una realidad palpable que sigue avanzando.
Por un lado, la doctora Claudia Sheinbaum, la primera presidenta de México en 200 años de vida republicana, rindió su primer Informe de Gobierno. Este hecho trasciende toda estadística, porque es símbolo de una conquista histórica, legitimada por más de 35 millones de votos de ciudadanas y ciudadanos.
El Informe fue mucho más que un acto protocolario; fue la confirmación de que el pueblo está cobijando a su mandataria, de que su legitimidad no se limita al momento electoral, sino que se renueva con hechos y resultados, con cercanía y con la confianza que millones de mexicanas y mexicanos siguen teniendo en ella. Su alto nivel de aceptación es muestra de que el rumbo establecido sí responde a las aspiraciones más profundas de justicia y bienestar de nuestro pueblo.
El segundo acontecimiento fue la renovación de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, con la llegada, por primera vez en la historia, de un presidente proveniente de los pueblos originarios. No se trata de una anécdota, sino de una reivindicación histórica: la voz de las y los mexicanos que han sido invisibilizados por siglos ahora encabeza al Poder que tiene como misión impartir justicia.
Este hecho nos dice mucho del país que se está construyendo. Un México que reconoce su diversidad, que valora sus raíces y que entiende que la justicia debe ser cercana a la gente, no patrimonio exclusivo de unos cuantos. La Corte, que durante mucho tiempo estuvo alejada del pueblo, hoy comienza a reflejar la pluralidad y la riqueza cultural de la nación.
Esta coincidencia de sucesos no es casualidad, sino la expresión de un tiempo nuevo. Hoy, por primera vez, los tres poderes están legitimados por el voto popular y la voluntad ciudadana. El Ejecutivo, encabezado por una Presidenta; el Legislativo, renovado por la fuerza del pueblo, y el Judicial, transformado tras una reforma que abrió la puerta a su democratización.
Estamos, sin exagerar, ante una revolución pacífica. Una revolución que no se impuso con violencia ni con armas, sino con la fuerza de las urnas, con la organización de la gente y con la esperanza como motor. Es la revolución de la democracia llevada a sus últimas consecuencias.
México decidió caminar con paso firme hacia la igualdad, hacia la justicia social y hacia la consolidación de la Cuarta Transformación. La historia nos observa, y esta vez, nuestro país responde con dignidad, con unidad y con esperanza.
X: @RicardoMonrealA