Es cerca del mediodía y afuera no hay sino fieras motorizadas que prolongan el ruido de esa jungla de asfalto y un calor francamente apabullante. Dentro, entre pantalla, apenas unos minutos después de la hora acordada aparece en la pantalla el cuerpo humano que habita la voz de Andrés Cota Hiriart (Ciudad de México, 1982), zoólogo y escritor, otrora conductor del Masaje cerebral y del programa de televisión de la Revista de la Universidad, así como divulgador científico, y, sobre todo, hijo único.
El saludo toma, naturalmente, una forma extraña. Se metaformosea en un intercambio ñoño sobre las notas al pie de página que, ante la curiosidad de quien lee, resulta un suplicio de escándalo tener que ir a las últimas páginas a consultar lo que a otros ni siquiera les importa que exista.
Pero no son las quejas lo que importa. Sí, por otro lado, las Fieras interiores (Literatura Random House), su nuevo título de liternatura. Un libro que dibuja nuevos límites del organismo humano a través lo cómico y reflexivo, tomando como punto de partida lo familiar, las criaturas que han habitado el propio cuerpo, todo aquello que, en cierto modo, se ha quedado en el interior.
La senda de las fieras
Antes de las Fieras interiores, Cota Hiriart publicó Fieras familiares (Libros del Asteroide, 2022). Podría obviarse una segunda parte; sin embargo, es más bien “una continuación en el sentido de cruzar historia personal, historia familiar con la vida de otras criaturas, con la vida del resto de seres vivos”, relata el autor antes de culpar completamente al naturalista británico Gerard Durrell y a su libro Mi familia y otros animales (1956).
“Definitivamente es una continuación en ese sentido, hace guiños a una esencia, pero es muy diferente. Realmente siento que uno quiere irse no encasillando. A mí me encantan los libros en capas y que las capas y la estructura sean parte de la narrativa y de la propuesta, y entonces Fieras familiares tiene esa propuesta que es un poco más orgánica.
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“Y acá, son, de alguna manera, dos capas narrativas y también imagen. Acá más bien están mucho más segmentadas, con costuras evidentes, como estratos.
“Yo lo vi, cuando fue tomando ese camino, como si fuera un acordeón: cuando tira hacia afuera, el fuelle, cuando se expande, es como esta visión de los parásitos que nos habitan, de las criaturas, y un poco una concepción espero un poco más ampliada de la vida, y luego, cuando tira hacia adentro, esa introspección hacia la vida personal y las presencias que nos habitan de carácter psicológico”, confiesa.
Mamá es la culpable
“Sí creo que todo es culpa de mi mamá porque, bueno, es quien te pare, pero, en este caso, es quien me ha heredado, en buena medida, una visión científica del mundo”, asevera el escritor de liternatura, sin negar la influencia de su padre y recordando que su madre “fue muy permisiva con respecto a tener víboras en casa” y que es, también, su “doctora de cabecera”.
En voz alta, como si de un soliloquio se tratase, Cota Hiriart reflexiona que, viniendo de un linaje que no suele guardar la compostura, la patología mental aguda de su abuela, la unión familiar y la convivencia con la locura, “no escondes nada porque nada es equiparable a eso”.
En este particular caso, piensa el autor, “la narrativa, la escritura tiene un carácter terapéutico” y, por eso mismo, considera que hablar sobre el padecimiento de esquizofrenia de su abuela en el libro no fue difícil de escribir ni tampoco conllevó un esfuerzo.
“De hecho, ahora pienso que me hubiera gustado hacer un libro sólo de mi abuela”, confiesa finalmente.
Contar(se) historias
“Hay una intención en las obras que uno emprende, que marca mucho la pauta de a qué puerto puedan llegar o no”, dice sin aspavientos a través de la pantalla. “Yo la verdad tengo una intención, -espero-, literaria, y tengo una intención de búsqueda de lenguaje y estética”.
No solamente eso, confiesa apenas luego. “Pero esa intención está al mismo nivel o al mismo grado que la pretensión divulgativa”, asevera.
“Si me vas a contar las cosas de una manera más narrativa, pues ponle sabor, ponle trabajo, tensión dramática, humor… porque de otra manera, parecería que el conocimiento científico o en general, es apelativo per se.
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“Quienes tenemos esa curiosidad, sentimos que el puro viaje de aprender ya es estimulante, pero realmente es una visión un poquito sesgada, porque, obviamente que la curiosidad es central, pero puedes ayudarme si me arropas ese conocimiento o eso que me estás contando con una prosa entretenida”, cuenta.
“Lo sabemos bien, porque es la tradición humana que nos ha vuelto homo sapiens. La tradición de contar historias, así le sacamos sentido al mundo. Así es como sacamos sentido de quiénes somos.
“La verdad es que la realidad y la vida no tienen ningún sentido ni ningún sginifciado: nada. Es alucinatoria, caótica, vemos una capa chiquitita, pero a través de nuestras historias y a través de la literatura, en particular, es que le intentamos sacar un poco de sentido a esto que somos y esta consciencia que tenemos, y por eso yo creo que las historias son fundamentales”, espeta.
Liternatura
Consciente, o acaso creyente, de que la narrativa nos permite contarnos otras historias de quiénes somos, “porque la realidad es mutable”, todo “va cambiando y se va nutriendo”.
Por ello, es decir, a partir de toda esa metamorfosis natural de nuestra identidad, que el escritor ve más como una oportunidad y no como un detrimento, dice esperar que “la intención de la liternatura en general (sea) un poco ir moviendo esa historia que nos contamos que somos y esas historias que nos contamos del resto de seres vivos”.
“La liternatura creo que en lo que abreva es en la vida de los otros, también. El protagonista no necesariamente es solo el mundo humano, y si va a ser humano, entonces es el humano entendido desde una concepción más amplia de los humanos como parte de la naturaleza, pero también como naturaleza.
“Habitados por dentro y por fuera por microorganismos, somos biomas, somos ecosistemas. Y además, estamos embebidos en todo otro tropel de seres vivos, y, en ese sentido, creo que está ahí esa oportunidad de la narrativa”, cuenta.
Ser hijo único
“Uno no puede huir de sus contextos y sus condiciones”, dice el escritor sobre cómo ser hijo único pudo haber influido en sus pasiones y obsesiones y, ahora, la forma en que se materializan: artículos, conferencias, libros y todo lo que permita navegar la senda de la comunicación científica.
“Creo que ser hijo único me hizo ser quien soy, para bien y para mal. Que bueno que no tuve hermanos chicos porque yo de niño era muy salvaje y un cabrón; no sé si les hubiera dejado tener una infancia tan agradable si hubieran sido chicos”, dice entre risas, y considera que si hubieran sido mayores que él, quizá habría sido diferente. Pero especular en esto es nada más construirse quimeras, y Cota Hiriart dice que “uno no puede aventurarse” a tal enredo, empero acepta que le encantaría tener hermanas o hermanos.
“Hay algo que tenemos los hijos únicos: desde chiquitos y chiquitas lidiamos con la soledad, la aprendemos a atesorar. A mí, en todo caso, me trajo consecuencias…”, confiesa, “a mí me gusta mucho estar solo. Y obviamente me gusta tener ratos con más gente y aprecio mucho tener una hija y una pareja, pero defiendo y atesoro mi soledad”.
(Dada la conversación, hubo que preguntarnos si alguien ha estudiado lo que significa ser hijo único frente al desarrollo de las pasiones. Llámese en este caso la posesión de reptiles y anfibios, conversaciones científicas precoces con los padres, rodearse con bichos, llenarse de libros. Quizá, en un futuro, Andrés Cota Hiriart nos sorprenda con un libro, un ensayo o al menos un podcast del Masaje cerebral.)
Corolario de revelaciones y delirios
Resultaba, pues, inexorable preguntar qué es lo que mueve o no a la liternatura para el también autor de Cabeza ajena. Considera lo siguiente que, para efectos (im)prácticos de las, los y les lectores, enlisto al final, para emular la latosa tarea de consultar las notas y las referencias al final de los libros. Hay otras observaciones que no responden a lo antes enunciado, pero que servirán para preservar un pensamiento que escapa a lo ruin de lo maniqueo:
“Quitar al humano del centro, no sólo estarnos viendo en el espejo eternamente, que finalmente es lo que hacemos muchas veces con todas las relaciones interpersonales”.
“(Necesitamos) ver la telenovela de otros seres vivos”.
“Escribo en realidad por el proceso que me da, es un placer tortuoso, una afición; es un vicio, una adicción. Es un lugar meditativo (donde) se expande el tiempo rarísimo”.
“Me encantaría pronto hacer un libro de la diversidad sexual en la floresta, porque los humanos tenemos unas posibilidades súper limitadas y, aún con esas, nos estamos dando de cates, nos estamos tropezando y haciendo juicios de valor del prójimo”.
“Me importa mucho ensanchar sobre la idea de que no somos inertes, sanitizados por dentro. ¡Estamos completamente habitados y es lo normal!”.
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“Tener ácaros en la cara, arácnidos pululando en el rostro, pues inquieta mucho la primera vez que lo escuchas, pero el problema es que no te lo han contado. Desde niño te deberían contar eso, y entonces ya lo das por sentado, ya no te asumes como algo aparte ni como algo superior”.
“Hay que romper mucho esa idea de lo superior. Los humanos vemos el mundo como animales superiores e inferiores”.
“Todas las historias parasíticas o de los microorganismos trastoca nuestras preconcepciones, se vuelve más fantástica”.
“Deberían sembrar el gusanito de la divulgación y de la escritura, en específico. Todo empieza en la escritura”.
“A todo el mundo le hace bien escribir”.
Andrés Cota Hiriart estará presente en el Hay Festival Querétaro 2025. No para presentar su libro, que quizá pueda conseguirse de igual forma, pero sí para platicar sobre el Ajolote con José María Herrera Marquina y también para conversar con Mariana Matija y Connie Garrido Sicilia sobre Literatura y naturaleza.