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Nicolás Maduro es un comunista de salón como muchos otros. Ostenta el poder en el Palacio de Miraflores de manera indebida. Y es indebida porque todavía no ha sacado a la luz pública las famosas actas que, según él, le acreditan como jefe del estado venezolano. ¿Por qué no las ha sacado? Sencillamente porque no son ciertas y el tirano lo sabe.

Los servicios secretos estadounidenses evidencian cada día más que Maduro no es más que un narcopolitico. Y parece que Donald Trump ahora sí se lo toma en serio.

Y es también que tenga al pueblo venezolano con tanta hambre y tanto dolor. Y si no que se lo digan a los más de siete millones de desplazados y huidos de Venezuela que han tenido que buscar refugio en otras latitudes. Que se lo digan a los miles de desaparecidos o secuestrados por el régimen fascista. Y eso no es comunismo.

El comunismo y el socialismo buscan sociedades más justas, equilibradas y equitativas. Lo que Maduro hace es vivir bien él, su familia, sus amigos y todos los adláteres que están alrededor de este personaje. Eso lo hace detentando el poder mientras el resto de la población vive en la más absoluta de las miserias.

Qué bonito es ser comunista o ser amigo de ellos, con sus buenas casas, sus aviones privados o sus magníficos vinos. Pero eso sí, preconizando la revolución. Así sí, todos queremos ser comunistas, comunistas de salón, al igual que sus acólitos Ortega en Nicaragua o Díaz-Canel en Cuba.

Muchos, entonces sí, viven en la revolución entre cohíbas y comidas pantagruélicas. Así, que fácil es ser comunista de salón.

Claro que a algunos como a Maduro se les puede acabar, pueden dejar de ser comunistas para pasar a ser reos en alguna cárcel estadounidense.

 

   @pelaez_alberto

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